Escrito por José E. Rivera Santana / MINH
A punto de cumplirse un año de la imposición de la Junta de Control Fiscal, se revela con crudeza los alcances de tal arbitrariedad y las consecuencias sociales y económicas de las decisiones anunciadas y de muy pronta implantación por el ente federal. Lejos, muy lejos quedó la posibilidad de quienes pensaron ingenuamente que el Congreso había acertado en su decisión, a pesar de los rasgos innegables de despotismo colonial de la mal llamada ley Promesa.
Lo ocurrido, hasta ahora, ha roto el escenario pesimista que habíamos anticipado, incluso los que desde un principio denunciamos que el supuesto remedio “era peor que la enfermedad”. La lista de atropellos es larga y apenas está comenzando la actuación de los siete procónsules. Su agenda antiobrera, anticomunitaria, antiuniversitaria, antiambiental, en fin, “antitodo” el pueblo puertorriqueño, quedó expuesta en el Plan de Ajuste Fiscal decidido por la Junta el 13 de marzo pasado y en el nebuloso y cuasi secreto presupuesto recién anunciado y ya aprobado en cuartos oscuros con la anuencia del Gobernador. El proceso legislativo y las “vistas públicas” sobre el presupuesto serán una mofa, un ritual vergonzoso. La mayoría legislativa no tiene el valor para enfrentar a la Junta, como tampoco la minoría del pepedé; no está en su genética. Por eso, nadie debe dudar que después de tanta bravuconería, el presidente del Senado será otro vasallo sumiso y servil.
Mientras tanto, el colapso económico se ahonda y apunta como una espiral hacia el precipicio. Con absoluta insensibilidad, los portavoces de la Junta declaran que el Plan de Ajuste Fiscal provocará una contracción económica de 8% en los próximos dos años. Otros economistas han alertado que será mayor, de hasta 14%, incluso. Recientemente un reconocido profesor de economía de la UPR advirtió que la caída sería inédita en cuanto a su magnitud, la mayor en la historia, según él. Y, bueno, con un pronóstico ciclónico de tal naturaleza, la pregunta lógica es ¿qué clase de Plan es ése que empobrecerá a la mayoría de nuestro pueblo y al cabo del mismo su resultado será una economía en peor condición? Es decir, luego de una década en recesión, la receta impuesta por el gobierno de Estados Unidos es la destrucción de lo que queda. Sí, porque parece ser que no existe tal cosa como “tocar fondo”.
No hay interés, o mejor dicho, quedó claro el interés de imponerle a nuestro pueblo el pago de la deuda, sin ningún tipo de paquete o programa de asistencia económica y sin considerar las consecuencias humanas de tal curso de acción. ¡Marcado contraste cuando vemos que ni el Fondo Monetario Internacional en sus planes de ajuste, ni la Troika europea en el caso de Grecia, han sido tan draconianos!
Por tanto, no es difícil concluir y reconocer el propósito que persiguen quienes toman decisiones en Washington: mantener el territorio, la colonia, y exprimirla sin piedad. ¡Ese es el horizonte perverso de la visión contenida en la ley Promesa y el mandato que le asigna a la Junta de Control Fiscal!
Se dibuja un parteaguas del dominio colonial
Con rapidez, los eventos han ido elevando la comprensión de lo que se avecina para la mayoría de los sectores sociales. Aunque persiste la confusión y el engaño, es solo cuestión de tiempo para que la gente, en su inmensa mayoría, vea y comprenda la clara dimensión de lo que está por venir. Cuatro acontecimientos recientes, en escasamente dos meses, marcan esa dirección.
El primero ha sido la huelga sistémica protagonizada por el estudiantado universitario. La forma, creatividad, flexibilidad y audacia de la juventud universitaria estremeció al País por más de sesenta días y le ganó su admiración. Además, por su contundencia se convirtió en la principal expresión de rechazo a las políticas de austeridad que contiene el Plan de Ajuste Fiscal y a su vez fue muy efectiva en desenmascarar la naturaleza, indolencia y debilidades de la Junta de Control Fiscal y su rabo administrativo, el gobierno de Ricardo Rosselló. Durante poco más de dos meses la ternura y la nobleza de los universitarios enfrentó un ataque mediático sin cuartel y no obstante a ello, tanto el Gobernador como la Junta, se vieron obligados a reunirse con el liderato estudiantil. Ambos encuentros nos permitieron escuchar y hacer el contraste. Por un lado, la actitud prepotente de la Junta y la ambigüedad y desidia de Rosselló, y por el otro, el carácter firme, decidido, proactivo y proponente de los estudiantes. Es un contraste revelador que evidencia el significado distinto de esta coyuntura política.
El segundo acontecimiento fue la celebración multitudinaria del Primero de mayo. La misma dejó clara la indignación mayoritaria de los distintos sectores sociales ante la agenda destructiva de la Junta y fue, también, una expresión de rechazo a los ataques a derechos básicos como la salud, la educación y el trabajo, entre otros. Pocas veces un llamado a la justicia, a la protesta y a la movilización ha logrado el alcance y la adhesión mayoritaria de nuestra gente. Tan claro estaba el ambiente y la efervescencia previa a la actividad que el gobierno urdió un plan para deslucir la protesta nacional que, aún sin haber ocurrido, ya constituía un éxito de convocatoria.
El tercero tiene un nombre, Oscar López Rivera. A pesar de que estamos a muy corta distancia histórica para atisbar el alcance de lo que ha significado, Oscar surge el 17 de mayo como un huracán. Tanto ha sido su impacto y hondo calado político que la derecha en Puerto Rico y en Estados Unidos, auspiciada por el FBI, entró en brote y pretendieron arrancar su figura del evento y expresión de identidad de mayor envergadura del pueblo puertorriqueño. No lo lograron. Lejos de sus propósitos perversos, Oscar marchará en el desfile puertorriqueño y recibirá el cariño y la admiración de su gente, en las mismas entrañas del monstruo.
El cuarto acontecimiento, es la derrota del plebiscito de embuste del 11 de junio. Lo que parecía una movida política inteligente del penepé, dirigida a consolidar sus huestes y darle algún poco de oxígeno a la fantasía de la estadidad, se ha estrellado como resultado del fanatismo y la lumpenería que dirige el partido que fundó Luis A. Ferré. Sin la bendición de la Casa Blanca, ni el visto bueno del secretario de Justicia Federal y sin ser vinculante al Congreso se suma la no la participación de la oposición y de los demás partidos y organizaciones que representan las restantes opciones de estatus, el plebiscito no tiene ningún significado ni trascendencia. El PNP en clara actitud colonialista se allanó al dictamen del Secretario de Justicia de Estados Unidos y sepultó sus escasas posibilidades. ¡Recogerá solito su derrota!
Este es el escenario que las encuestas manipuladas no pueden cambiar. No hay forma de ocultar el ataque a los bienes públicos, al patrimonio natural, a los derechos laborales, a la educación, a la Universidad, a la cultura, a todo, sencillamente a todo. Pero el ataque es también contra el propio diseño colonial y muy particularmente, contra las expectativas sociales que servían de estímulo. Hoy estas quedaron atrás o sencillamente se esfumaron. Ni el mercado de empleo, en continua contracción, ni el salario promedio ‒ni siquiera con la combinación de los mecanismos compensatorios, como los programas de asistencia social‒ pueden proveer para alcanzar los principales objetivos que le brindaban estatus a las capas medias: salud, educación, vivienda propia, pensiones, consumo.
Igualmente, tan grave o más, es la desaparición de los espacios democráticos, a pesar de que algunos hayan sido más aparentes que reales, en el contexto de la subordinación colonial. El desmoronamiento de los llamados oficiales al “empoderamiento ciudadano”, a la “transparencia”, a los procesos “participativos”, en fin, todo ese conjunto, discurso o imagen democrática, es otra expectativa pulverizada por la imposición de la Junta y por la acción, de igual saña, del gobierno de Rosselló con las leyes recién aprobadas como la “reforma” de permisos”, las enmiendas al Código Penal, la “reforma” laboral, entre otras, incluyendo órdenes ejecutivas.
En esencia, puede afirmarse que la base material e ideológica sobre la que se montó el régimen colonial en los pasados sesenta años está siendo desmantelada por el propio imperio. Por eso, esta coyuntura marca un parteaguas, un antes y después, en la forma en que Estados Unidos ha ejercido su poder imperial sobre Puerto Rico.
Un elemento adicional le añade mayor particularidad a esta coyuntura. Se trata de la ausencia, hasta el momento, de un proyecto “reformista” por parte del imperio. En el siglo pasado lo hubo en la década del treinta. También en la década del setenta. Ahora no lo hay y ha sido adrede. Lo expresaron claramente los congresistas durante el debate de la ley Promesa e, igualmente, los funcionarios del ejecutivo de Obama en múltiples ocasiones. Es decir, el gobierno estadounidense se ha revelado en su carácter tiránico ¡sin capucha!
El análisis de los factores mencionados nos lleva a una conclusión de un alcance político enorme: el momento que vivimos como pueblo es de definición, de asumir el reto y enfrentar con confianza el único destino que la inercia natural del poder imperial estadounidense nos ha dejado. No hay otra. Necesitamos los poderes políticos para construir el país que queremos y dejar atrás el colapso de una economía diseñada a la medida del capital foráneo con sus enormes ganancias y beneficios, a costa de frustrar el desarrollo de nuestras fuerzas y potencialidades económicas y de hacer de la pobreza, la exclusión y la dependencia humillante un fenómeno permanente.
El desafío, enorme, es organizar y construir la fuerza capaz de aglutinar el coraje y sobre todo, los deseos de nuestra gente para salir de la encrucijada aterradora impuesta por el gobierno de Estados Unidos. En ese camino inevitable no hay recetas ni diseños prefabricados. Sí tenemos, como pueblo, la experiencia de más de un siglo de lucha y la satisfacción de victorias importantes. Por eso, en la construcción de esa fuerza política, pueden considerarse tres características, al menos. Primero, debe ser capaz de aglutinar a la mayoría de nuestra gente, incluyendo a los puertorriqueños en Estados Unidos. Segundo, su mensaje, discurso o narrativa (como quiera llamársele) debe tener en su centro la propuesta de País que aspiramos. Y tercero, debe recabar el apoyo y la solidaridad de la comunidad internacional y del pueblo estadounidense.
Esta coyuntura definirá el futuro de nuestra Patria.
(80grados)
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