Escrito por Alejandro Torres Rivera / MINH
Buenas noches a todas las personas aquí presentes. Un abrazo particular a los compañeros y compañeras de la Delegación de Río Piedras del Ilustre Colegio de Abogados y Abogadas de Puerto Rico, quienes auspician la presentación del libro Los muertos se visten de blanco.
Se dice del género de la novela policiaca que comprende una narración en torno al descubrimiento de un delito y su autor o autores; o aquellas acciones desarrolladas por un investigador, sea este un policía o detective, dirigidas a descubrir al responsable de tal evento.
Su origen se remonta al Siglo XIX, teniendo como padre del género a Edgar Allan Poe en su relato publicado en 1841 titulado Los crímenes de la Calle Morge. Más adelante Poe sumará al género las novelas El misterio de Marie Röguet (1842), La carta robada (1843) y El escarabajo de oro (1844). Se indica que fue el personaje Auguste Delphine en la obra de Poe quien sirviera de inspiración a Sir Arthur Conan Doyle en 1887 en la creación del personaje Sherlock Holmes y su inseparable amigo, el Dr. Watson. Precisamente es con Sherlock Holmes que me inicio, siendo aún muy joven, en la lectura y afición por la novela policiaca.
A través de este género literario, teniendo como referentes sus principales personajes, el lector se introduce en el conocimiento de los métodos investigativos y deductivos utilizados por policías y detectives en sus esfuerzos por resolver algún crimen. Así por ejemplo, a través del personaje de Sherlock Holmes, su creador combina las características particulares de un joven inglés con el cual aparentemente en sus años universitarios el autor mantuvo alguna amistad, con una narrativa en la cual los procesos inductivos y deductivos de los cuales se vale en sus investigaciones el personaje, logran captar la atención del lector en el tema policiaco.
A pesar de que, como indicamos, la novela policiaca surge para el Siglo XIX, la trama en torno a la cual gira la misma no necesariamente se circunscribe a esta época. Así por ejemplo en la novela de Umberto Eco que lleva por título En nombre de la rosa, el escenario mundano, oscuro y citadino se traslada a la investigación de una muerte ocurrida en un convento o monasterio durante la Edad Media. En ella, en un abrir y cerrar de ojos, se mezclan las órdenes religiosas, la Inquisición, la búsqueda del responsable de la muerte de un fraile con los medios utilizados para llevarla a cabo. A pesar del toque detectivesco, la novela se convierte, a su vez, en la recreación de la lucha entre el bien y el mal, donde aflora ante nuestros sentidos el enfrentamiento entre la preservación del conocimiento acumulado a través de siglos que ha sido resguardado en libros de texto por los frailes; frente al reino de la ignorancia y la superstición resguardado por su instrumento práctico e institucional en dicho período histórico, la Iglesia Católica.
La novela policiaca se conoce en Europa como ¨novela negra¨. En el caso de Estados Unidos, existe una variante de este tipo de género, llamado ¨Thriller¨, en el cual se pretende separar las historias detectivescas de otros géneros populares, entre ellos la intriga y los relatos de espías.
Podemos mencionar al menos dos autores que en tiempos recientes han desarrollado la novela policiaca teniendo como telón de fondo en el escenario el tema del nazismo y la Segunda Guerra Mundial. Así, desde Escocia nos llega Phillip Kerr. Utilizando el personaje de Bernie Gunter, famoso investigador de crímenes bajo la República de Weimar en Alemania, inconforme con el ascenso de nazismo en su país, decide abandonar su oficio de policía-detective para convertirse en detective privado. A pesar de su decisión, el ascenso de Hitler al poder no le permitirá a Gunter otra opción que regresar a su viejo oficio, esta vez como oficial del Ejército en un departamento dedicado a la investigación policiaca. Movilizado al sobrevenir la Guerra, Gunter nunca podrá abandonar hasta el final del conflicto bélico sus labores en la investigación de crímenes de importancia, de donde pasará como exiliado a América Latina donde continuará realizando lo que siempre hizo: investigar crímenes.
El segundo autor al cual nos referimos es el mexicano Jorge Volpi. En su novela En busca de Klingsor, Volpi se vale de su personaje Francis P. Bacon, joven analista estadounidense de nombre similar al del famoso matemático, el cual a través de modelos matemáticos, desarrolla sus investigaciones dirigidas a dar con el paradero del principal responsable de los programas especiales del Tercer Reich. Terminada la Segunda Guerra Mundial, en los juicios de Núremberg sale a relucir en referencia a tal persona el seudónimo de ¨Klingsor¨, desatándose a partir de ese momento la cacería de tan importante presa tanto por parte de los Aliados como por la Unión Soviética.
En estas novelas, no obstante, el drama policiaco prevalece sobre la sociología, vista esta como ciencia social, en la discusión del medio dentro del cual se mueven sus personajes. Existe sin embargo otro tipo de novela policiaca donde la sociología del medio adquiere una dimensión distinta, en ocasiones incluso, superior. Así, por ejemplo, en las novelas del escritor cubano Leonardo Padura Fuentes, encontramos ya un paralelismo con el tipo de novela que hoy presentamos. A través del personaje de Mario Conde, un expolicía del Ministerio del Interior de Cuba, Padura Fuentes nos introduce en la investigación de varios asesinatos, e incluso en un drama investigativo de carácter no policiaco, como es la búsqueda de la novela nunca publicada del padre de la Lírica Cubana, José María Heredia. Las novelas del género policiaco en Padura Fuentes, tras su fachada, son un ejercicio de malabarismo literario donde se dibuja una pintura detallada de la Cuba cotidiana, pueblerina y asfixiada por las carencias materiales y espirituales que dejó Período Especial. Se trata de una novela donde los elementos policiacos sirven de contexto al drama sociológico del ambiente donde los personajes se desarrollan.
Hace un tiempo, mientras almorzaba con Hiram en una cafetería cercana a nuestras oficinas, conversábamos en torno a las novelas policiacas. Para entonces me encontraba leyendo una de las novelas de Phillip Kerr, si no recuerdo mal, Praga mortal.
Para su sorpresa, le manifesté mi gusto por el género de novelas policiacas. Me indicó que él también disfrutaba mucho el género y me habló de su impresión sobre los trabajos literarios de Wilfredo Matos en este género, a quien conozco más como profesor y político. En esa conversación Hiram me manifestó que se encontraba trabajando en otra novela, esta vez basada en un tema policiaco. Para entonces hacía muy poco de su anterior novela María Madiba. Le felicité y le estimulé a continuar escribiendo ya que considero que Hiram tiene un excelente gusto al redactar y escribir. Grata sería mi sorpresa cuando me manifestó que ya saldría su novela Los muertos se visten de blanco y que era su intención que fuera yo quien la presentara en esta actividad auspiciada por la Delegación de Río Piedras del Ilustre Colegio de Abogados y Abogadas de Puerto Rico.
Para aquellos que hemos atravesado por el difícil proceso de un hijo asesinado en plena juventud, la lectura de esta novela me hizo revivir recuerdos que, a la distancia de más de 17 años, aún me golpean muy fuerte. Se dice que cuando alguien muere de manera imprevista, cuando se arrebata la vida en plena juventud, así sin más; sin esperarse, sin prever ese momento; la energía y el cuerpo se separan de forma abrupta. Aunque transcurridos los días el cuerpo yace en su tumba, el ánima liberada por la muerte repentina vaga en pena. Es como si esperara y aguardara una orden para la partida hacia lo desconocido.
Se porque lo he vivido, que ese desprendimiento del ser que tanto hemos querido, nos genera una especie de negación en la cual ilusamente pensamos que la tragedia no ha ocurrido. Luego la realidad nos golpea. El ser querido ha partido, ya no hay regreso a la vida. Sin embargo, aunque físicamente ya ese ser amado no se encuentre con nosotros, lo percibimos cerca. Aquel un niño frágil que cuidamos cuando era un ser desvalido, ahora lo sentimos en nuestras espaldas y a nuestro lado como guardián y protector.
Quizás por eso, tras la reunión entre amigos que el autor describe el inicio de la novela, antes de adentrarnos en la trama de la novela, podíamos presentir lo que ocurriría más adelante, cuando el autor describe esos cinco cuerpos ¨con camisas ensangrentadas¨ y ¨la piel deshilada en jirones¨, ¨inertes¨, ¨perforados por cientos de balas¨. Mientras uno de los caídos convertido en narrador de su propia desgracia describía lo que alrededor suyo ocurría, comprendí de pronto, por qué los muertos se visten de blanco.
Esta novela que nos obsequia Hiram, constituye la radiografía de lo que ocurre en Puerto Rico, particularmente en aquellos bolsones poblacionales donde se almacenan seres humanos que viven y conviven golpeados por la pobreza, la desigualdad, la exclusión y la falta de oportunidades. Se trata de un submundo donde residen miles de jóvenes para quienes el país no les ofrece opciones de empleo. Son jóvenes que viven sin modelos a emular que no sean aquellos construidos por una sociedad de consumo que les empuja a la satisfacción de necesidades materiales como valor supremo. En este infierno terrenal diariamente se mata por el control de los puntos de drogas, mientras miles de jóvenes dan anualmente sus primeros pasos en la dependencia de sustancias controladas, en la venta de sus cuerpos para satisfacer sus necesidades adictivas, en la ratería y el crimen. Se trata de gente joven que pudieron haber tenido otro tipo de oportunidades en la vida si los valores de nuestra sociedad fueran distintos; jóvenes que viven condenados a la nada, al fracaso, al desperdicio de sus talentos y a la renuncia de sus posibilidades.
Los muertos se visten de blanco aborda el problema de la corrupción en las estructuras de la Policía (la de Puerto Rico y la de Estados Unidos en Puerto Rico); la cotidianidad de las ejecuciones extrajudiciales aún invisibles en nuestra sociedad; el poco valor que representa la vida humana para quienes viven inmersos en la cultura de violencia, tanto aquella que se ejerce desde el poder del Estado como la que se ejerce desde la cultura del crimen. Por eso no debe extrañarnos el comentario de aquel anciano que pasando por el lugar de la primera masacre descrita en el libro, comentario que podría haber sido dicho en cualquier otro lugar en este país, exclama sin inmutarse al detenerse: ¨Huele a Matadero...Se lo buscaron¨. Al acostumbrarnos a la violencia, nos insensibilizamos sin darnos cuenta. Terminamos inmunes al dolor ajeno. Por eso, ese mismo anciano que antes pretendía estar dolido, es el mismo anciano que en la tranquilidad de su casa, descansando en un sillón, reflexiona para sí mismo comentando: ¨La muerte es una enfermedad contagiosa y la vida una mierda¨.
La novela también llama nuestra atención a la inseguridad y el miedo en el cual se desarrollan los niños en las comunidades marginadas. Se trata de un macabro ciclo vicioso, un ¨sin porvenir¨, donde una vez estás adentro, es casi imposible salir.
El autor recurre a tres personajes centrales con los cuales eslabona la trama de la novela en tiempo real: El sargento y detective Eduardo Rojas, la joven Sandra Birriel Pérez y el Teniente Salvador Ruiz. El primero es el personaje ancla en torno al cual gira la trama de la novela. Sandra, es la joven de la cual Rojas se enamora apenas iniciado el proceso de investigación sobre las ejecuciones ocurridas a cinco jóvenes en el Residencial Villa Flores, entre ellos su novio Antonio. A través del Teniente Ruiz, supervisor de Rojas, el autor nos presenta a aquel policía curtido por largos años de servicio, con algún sentido de amistad hacia sus subalternos, que si bien fue capaz de negarse a asesinar independentistas en los sucesos del Cerro Maravilla en 1978 porque se oponía a las ejecuciones extrajudiciales por motivaciones políticas, no le pesará en el ánimo esta perspectiva principista a la hora de ejecutar a quienes considera delincuentes comunes, particularmente si tales muertes redundan para él en algún beneficio económico.
Como personajes secundarios aunque con alguna importancia en la obra, se encuentra la madre del Sargento Ruiz, la Sra. Teresa Gomales Vda. de Rojas, una mujer del centro de la isla que exhibe características nobles desde el punto de vista humano y religioso. Esta contrasta con Antonia, madre de Sandra, la cual si bien exhibe afecto y cariño por su hija, en su vida adulta no vacila en apropiarse de bienes de dudoso origen, lo que eventualmente llevará a poner en riesgo la vida misma de su hija.
A través de Bobby Hollywood, Marrerito, Bejuco y otros personajes de igual calaña, el autor nos presenta estos aprendices de gánster, jóvenes condenados a muerte desde el primer momento en que asumieron la cultura del punto como aspiración para sus vidas. Si ha sido por decisión propia o han sido lanzados a la perdición por parte de las condiciones en las cuales les ha tocado vivir, es un elemento que deja de ser importante en la trama. Después de todo, son unos pobres diablos que se resisten a creer que en cualquier momento, también les corresponderá vestirse de blanco.
La novela contiene un capítulo que luego de haberlo leído varias veces, aún no logro descifrar con certeza absoluta quién es la persona que está hablando en primera persona. El capítulo sitúa al lector en otro espacio vivencial. En contraste con el mundo de violencia que arropa la vida en Villa Flores, el ambiente descrito en ¨Las puertas del Cielo¨, se desplaza hacia un pueblo sin nombre. Datos como que el pueblo tenía al Este un río y al Sur la carretera militar; la presencia de una colina amable, llanos ociosos y pastizales indómitos; nos lleva a pensar que es un pueblo de la costa de Puerto Rico. La referencia al trabajo del abuelo en los muelles de San Juan, ya nos ubica en un pueblo aledaño a la Capital. La mención a una central, equipos de pelota ¨Doble A¨, a Roberto Clemente y Peruchín Cepeda, nos hace concluir que se trata de Carolina. La descripción de una casona ancestral, destruida por el Huracán San Felipe en 1928 y su reconstrucción en una casa venida a menos, levantada con los escombros de la casa señorial destruida, produce un cambio de lugar y tiempo distinto y radical con respecto al resto de la novela.
Queda atrás por un momento el mundillo del caserío, las drogas y la violencia. Es como si dentro de la primera historia el autor se propusiera presentarnos otra. No obstante, el hilo conductor de ambas historias es aquel que desde el más allá, o como lo describe el propio autor, ¨desde la puerta de la otra vida en este o en otro universo¨, lleva a comunicarnos ¨con aquellos que nos precedieron en la vida.¨ En ella, “Entraban y salían los espíritus familiares sin permiso de nadie.¨ Quien narra el capítulo, que repito, al día de hoy no logro atinar quién es, dice que supo distinguir dos tipos de muertos, los que se nos presentan durante la vigilia y los que se nos presentan en sueños. Los primeros, indica, son tranquilos, de poco hablar y de aparición fugaz; los segundos, ¨pretenden que están vivos, dan órdenes y a veces anuncian la buena suerte o las tragedias.¨ Sandra heredó de sus ancestros la capacidad para ver los muertos y entenderlos. Sí, Sandra en su aprensión, desde muy temprano aprendió a distinguir unos de otros.
Como género literario, la novela tiene su punto culminante y su etapa descendente, desde donde se llega al desenlace. La novela policíaca no es la excepción. Los muertos se visten de blanco, recoge esta estructura en los capítulos ¨La fiesta¨ y ¨Al final del Laberinto¨. En ellos el autor describe la batalla final entre policías y narcotraficantes ocurrida en Villa Flores, batalla ésta donde ¨el estruendo de los disparos se escuchó en un área de cinco millas a la redonda: ´Fue como describe el autor ¨una danza macabra congelada en el tiempo.¨
El resultado de la batalla le permite a Sandra un encuentro con su pasado, aquel donde los muertos se le aparecían en sueños. Quizás en este momento es cuando el lector podrá encontrar la clave para interpretar el desenlace de esta novela. Nos dice Hiram, como si de momento descubriéramos al autor de la novela siendo el principal narrador de la historia, lo siguiente:
¨El aire hedía. La sangre emanaba de la tierra machacada. Sandra pudo ver las sombras enloquecidas que vagaban sin rumbo. No esperó más. Aprovechó un descuido del policía que impedía el paso y corrió hacia el área vedada. Un guardia la reconoció y permitió que pasara.
Entonces lo vio, maravillosamente erguido. Hablaba con los oficiales a cargo de la investigación. Y él la vio. Ella con los ojos iluminados. Él también respondió con la sonrisa y la luz de sus ojos. Por un momento el sol vespertino relumbró en su rostro y en su ropa. De lejos parecía que estaba vestido de blanco.¨
Lean esta excelente novela, disfrútenla, acaricien sus imágenes, adhiéranse a sus páginas como nos adherimos en vida a la búsqueda de soluciones para complejos problemas que nos golpean a diario; y sobre todo, veamos tras el drama policiaco, la importante descripción que Hiram nos obsequia de una porción de nuestra sociedad que nos rodea y que en ocasiones, nos negamos a reconocer.
Felicitaciones Hiram por un excelente libro. Muchas gracias a ustedes por su atención.
3 de diciembre de 2015
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