Sábado, Noviembre 23, 2024

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Ante los sucesos recientes en Nicaragua: ¿hemos llegado al fin la Revolución Sandinista?

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El 21 de febrero de 1934 fue asesinado Augusto César Sandino quien desde 1927 había mantenido viva en Nicaragua la llama de la lucha antiimperialista. A su muerte, se instauró un gobierno servil a los intereses imperiales de Estados Unidos, hegemonizado por una oligarquía criolla y sostenido a través de un estamento militar denominado Guardia Nacional, dirigida por un coronel entrenado por los norteamericanos de nombre Anastasio Somoza García. Bajo su Dictadura el país fue convertido en un feudo para sí, su familia y su círculo de colaboración más cercano.



El 21 de septiembre de 1956 Anastasio Somoza García fue ajusticiado por el patriota Rigoberto López Pérez. Le sucede en el poder político otro miembro de su familia, Luis Somoza y posteriormente su hijo, Anastasio Somoza Debayle. La muerte de Somoza (padre) ese año coincide con un nuevo renacer en la lucha y resistencia del pueblo nicaragüense. Son también los años en que se funda el Partido Socialista Nicaragüense, del cual el eventual fundador de Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), Carlos Fonseca Amador, sería uno de los organizadores de las primeras células estudiantiles marxistas en la Universidad.

El FSLN surge en 1961 tomando su nombre del General de los Hombres Libres, como se le conoció a Sandino. Ya desde unos años anteriores se habían desarrollado en Nicaragua algunas iniciativas armadas guerrilleras. Sin embargo, será el proceso revolucionario triunfante en Cuba lo que contribuyó a solidificar una concepción entre los jóvenes nicaragüenses sobre la viabilidad de la lucha armada revolucionaria.

Los fundadores del FSLN, Carlos Fonseca Amador, Silvio Mayorga y Tomás Borge propusieron una organización concebida como “frente” o estructura político-militar, capaz de unificar diferentes sectores nicaragüenses en oposición a la Dictadura, ello dentro de un proyecto de liberación nacional.

La experiencia guerrillera en Nicaragua para el desarrollo de este tipo de proyecto de guerra revolucionaria, concebido a partir de un grupo inicial de combatientes o foco guerrillero, sin embargo, no necesariamente se produjo en conformidad con las leyes que rigen este tipo de lucha revolucionaria. Esta concepción del desarrollo del foco guerrillero presta atención durante los primeros años al proceso de inserción de la guerrilla en el campo; al acopio de materiales que viabilicen eventualmente su futuro desarrollo como una columna guerrillera; en el establecimiento de bases de apoyo; el desarrollo de los contactos con la población campesina; el trabajo de reconocimiento, desplazamiento y dominio sobre el terreno; así como en la planificación gradual de acciones que inspiren el desarrollo de la lucha revolucionaria en el pueblo patriota y los sectores oprimidos por la oligarquía y reprimidos por el Estado.

El resultado de la primera acción guerrillera llevada a cabo por el Frente Sandinista se desarrolló en la región de Río Coco y Bocay en 1963. Esta terminó con una derrota militar. Esta experiencia llevó al FSLN a abandonar temporalmente el desarrollo del foco guerrillero en la montaña y a buscar su reconstitución mediante la intensificación de la lucha de masas, la organización y movilización del estudiantado, el trabajo político en los centros de trabajo obreros, el desarrollo de propaganda armada, la búsqueda de recursos económicos mediante acciones de expropiación, la organización de las redes clandestinas, la preparación de cuadros y el trabajo con las asociaciones de campesinos y trabajadores del campo.

Para el año 1967 el FSLN decidió regresar a la lucha armada en el campo en lo que se conoció como la guerrilla de Pancasán. A pesar de que en este nuevo intento, como ocurrió antes, terminó con una nueva derrota militar, ésta constituyó una victoria política en la medida que hizo evidente el apoyo de mayores sectores de la población a la lucha armada revolucionaria como única vía para poner fin a la Dictadura. A partir de este momento y hasta aproximadamente 1974 el Frente Sandinista de Liberación Nacional intensificará su trabajo político clandestino, organizando al pueblo nicaragüense, principalmente su juventud, preparándolo para una etapa insurreccional.

Una característica importante que asumirá el proceso revolucionario nicaragüense será la integración de un amplio sector de los cristianos en la lucha sandinista, particularmente a raíz de los daños ocasionados por el terremoto de diciembre de 1972, donde la falta de atención del Gobierno ante la destrucción de más de 50 mil hogares en el país y la muerte de miles de nicaragüenses estremeció los cimientos de la sociedad. La vinculación de jóvenes católicos al trabajo de base con los afectados por el terremoto contribuirá a la larga a la ruptura de los cristianos sandinistas con el sector jerárquico de la Iglesia Católica.

Ante la importante ofensiva militar lanzada por el Frente Sandinista en 1974, la Dictadura impuso el estado de sitio en el país. Movilizando por tierra y aire los efectivos de la Guardia Nacional contra los insurrectos y en forma generalizada contra la población civil, se instauraron por el Estado los tribunales militares; masificaron los arrestos y la tortura; y se generalizaron las desapariciones, principalmente de jóvenes, en todo el país.

En el seno del Frente Sandinista se venía desarrollando el debate por parte de tres tendencias políticas e ideológicas principales. Todas ellas estaban asociadas a cuál debería ser la estrategia de la lucha principal para echar abajo la Dictadura; o por así decirlo, la vía revolucionaria más adecuada, así como también cuáles serían los sectores a los cuales debería apelarse como parte del proceso para poner fin a la Dictadura. Entonces al interior del FSLN se debatían tres tendencias principales: La primera, conocida como la “Proletaria”, postulaba darle mayor importancia al trabajo revolucionario dentro de los sindicatos, subordinando a ese trabajo al desarrollo de lucha armada. Esta tendencia comenzó a operar en forma separada al resto de la Organización en 1975. La segunda, conocida como la tendencia “Guerra Popular Prolongada (GPP)”, postulaba que era a través de la lucha guerrillera en la montaña, el medio a través del cual eventualmente se tendría el potencial de arrastrar al resto de las fuerzas revolucionarias en una lucha insurreccional. Finalmente estaba la tercera tendencia, la denominada “Tercerista”, que propulsaba una síntesis entre las dos anteriores, aunque planteando con un carácter más inmediato la vía insurreccional.

Entre 1975 y 1977 las diferencias entre las tres tendencias dentro del FSLN se acentuaron, a pesar de que las tres reclamaban ser el FSLN. Sin embargo, en 1978, como resultado de un segundo brote insurreccional de grandes dimensiones en el país, las condiciones materiales del proceso revolucionario junto con los esfuerzos siempre solidarios de Cuba en promover la unificación de las tres tendencias en un solo mando político-militar, tuvieron éxito. Así, se logró la unificación de las tres tendencias dentro de una Comandancia General que dotó al Frente de un Estado Mayor Conjunto en la dirección político militar insurreccional. Se considera que este es uno de los factores claves que permitieron el avance final de la lucha revolucionaria, que desembocó eventualmente triunfo sandinista el 19 de julio de 1979.

Desde los primeros años de gobierno sandinista, a pesar de sus avances sociales en áreas como la educación, la salud, la tenencia de la tierra y la vivienda, comenzó a confrontar serias dificultades con la abierta política contrarrevolucionaria impulsada por Estados Unidos y la vieja oligarquía. A esta se sumaron también sectores de la burguesía y pequeña burguesía que durante la Dictadura habían desarrollado acuerdos con el Frente en sus posturas anti somocistas, aunque nunca fueron propiamente fuerzas que impulsaran cambios revolucionarios o radicales. A las difíciles condiciones en las cuales había quedado el país después de la lucha revolucionaria contra Somoza, se añadió el bloqueo marítimo impuesto por Estados Unidos en lo que los nicaragüenses llaman “Costa Atlántica”, y para nosotros en Puerto Rico, la costa del Mar Caribe. Mientras el imperialismo desarrollaba una guerra económica contra la joven revolución, procedía a la vez con la organización de una fuerza militar contrarrevolucionaria, formada en Honduras a partir de los restos de la Guardia Nacional somocista, entrenada y pertrechada por la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos y el Pentágono, desatando contra el pueblo nicaragüense una guerra sucia que por años llevaría el país a su peor crisis social, política y económica en la historia.

Fue en medio de esta crisis que afloraron una vez más contradicciones en el liderato sandinista. Esto trajo como resultado el distanciamiento por parte de viejos combatientes y dirigentes guerrilleros respecto a las necesidades sociales del pueblo. Colocados en ocasiones en una zona de confort y desarrollando estilos de vida y concepciones totalmente ajenos a los principios revolucionarios que inspiraron tan valioso proceso, la Revolución Sandinista comenzó su ocaso. Los errores de la dirección y conducción del Frente Sandinista en el proceso, también sirvieron de caldo de cultivo al imperialismo estadounidense para estimular y fortalecer las posiciones políticas e ideológicas de las anteriores clases y sectores dominantes ante la pérdida de arraigo del FSLA en el pueblo trabajador y el campesinado.

A pesar de estas circunstancias, y aun reconociendo sus errores en la conducción del proceso, ciertamente durante esa primera década luego del triunfo de la Revolución, el sandinismo dotó al país de una nueva experiencia de ejercicio de la democracia luego de décadas de dictadura de los Somoza; de un nuevo marco institucional constitucional del cual partir hacia el desarrollo de un nuevo modelo de país; y sobre todo, de la importancia del respeto a un nuevo orden institucional, el que fue salvaguardado en el año 1990 cuando perdiendo  el FSLN las elecciones, enfrentó su derrota entregando el gobierno a quienes le resultaron victoriosos en el proceso electoral. Antes de abandonar el poder, sin embargo, se produjeron actos injustificables dentro de lo que es la moral revolucionaria, cuando exdirigentes del Frente se lucraron de fondos públicos, se distribuyeron entre sí propiedades y bienes que habían sido expropiados a la oligarquía y a los sectores que habían estado comprometidos con la Dictadura en lo que pasó a llamarse a nivel popular como “la piñata Sandinista”.  

Aún dentro de sus múltiples contradicciones y errores en la conducción del proceso, durante los años siguientes el FSLN logró transformarse en una fuerza política de oposición, proveyendo en aquel momento al resto de las fuerzas de izquierda en América Latina un nuevo referente sobre el uso de la legalidad institucional, cuando de espacios de lucha democrática se habla.

En las elecciones de 2006, luego de años de control del Estado por sectores de la derecha nicaragüense, el FSLN llegó nuevamente al poder, aunque obteniendo apenas el 38% de los votos. Para amplios sectores del país, luego de una década y media de gobiernos neoliberales intentando desmantelar aquellas semillas iniciales sembradas por la Revolución Sandinista, había surgido una nueva esperanza de avance en las conquistas sociales para su pueblo.

En el proceso de mantenerse en la dirección política del Estado, sin embargo, el FSLN se fue transformando de lo que en su origen fue aquella organización que condujo al pueblo a la derrota de la Dictadura y las fuerzas oligárquicas, en un tipo de organización diferente; una organización más apegada a los viejos estilos de esa política tradicional que hemos visto tantas veces en América Latina, que en una organización política sembrada en un proceso verdaderamente revolucionario. De hecho, fueron años donde cientos de anteriores militantes sandinistas rompieron filas con el FSLA; otros terminaron cooptados por sectores de la burguesía y la vieja oligarquía; y otros quedaron sencillamente como sectores marginales del proceso político en Nicaragua.  En ese ir y venir, también observamos cómo el FSLN como organización, también llegara a acuerdos con fuerzas políticas que en el pasado habían sido sus propios enemigos.

Como puertorriqueños, tenemos que reconocer, sin embargo, la solidaridad consecuente que históricamente ha mantenido el FSLN y su dirección con el reclamo de la independencia y la descolonización de Puerto Rico. Por esa solidaridad estaremos siempre agradecidos y en deuda con su gobierno y sus dirigentes. Quizás por eso mismo, nos duele tanto en el corazón, la situación por la que hoy atraviesa Nicaragua. No tenemos la menor duda de que dentro de la crisis que vive el hermano pueblo, la mano oculta y siniestra de la inteligencia estadounidense está presente. Aún dentro de sus contradicciones, para Estados Unidos, el Frente Sandinista ni el gobierno que encabeza Daniel Ortega, es su aliado o su amigo. En esa situación de crisis, además, están presente los mismos sectores oligárquicos y burgueses que en el pasado cerraron filas con las fuerzas que vencieron al FSLN en 1989 y que conspiraron junto a la llamada Contra contra los mejores intereses del pueblo nicaragüense.

Sin embargo, que estemos seguros que detrás de todos estos sucesos está la mano del imperio, no debe llevarnos a permanecer silentes cuando observamos el manejo de las contradicciones en Nicaragua por parte del FSLN, las posiciones asumidas por el Gobierno del presidente Daniel Ortega frente a aquellos que hoy se movilizan en contra de la implantación de medidas de corte neoliberal, y de aquellos y aquellas que se expresan contrarios a lo que consideran son políticas represivas por parte del Gobierno dirigidas a suprimir su libertad de expresión.

Ciertamente, a quienes corresponde resolver los asuntos internos de Nicaragua es a los nicaragüenses. Por eso rechazamos, venga de donde venga, cualquier medida o propuesta que pretenda violentar la soberanía de este país; como también rechazamos promover la injerencia de terceros países en el conflicto. Creemos que los organismos creados en décadas recientes por los propios gobiernos latinoamericanos y caribeños como es la CELAC, nos ilustran el camino a seguir en el esfuerzo de contribuir a la solución de conflictos dentro del marco de lo que son los principios de solidaridad y no intervención que gobiernan las relaciones entre los pueblos. Por eso apoyamos cualquier esfuerzo que desde organismos como la CELAC se lleven a cabo para la normalización de la situación actual en Nicaragua.

El enemigo de los procesos revolucionarios nunca será el pueblo; el enemigo está en aquellos que pretenden someter a los pueblos. Por eso, en la mejor tradición de lucha sandinista, afirmamos como nos enseñó su grito de combate, “¡Patria libre o morir!”



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