21 de enero de 2021
El pasado miércoles 20 de enero juró como presidente número 46 de los Estados Unidos, Joseph (Joe) Biden. Igualmente tomó juramento de su cargo como vicepresidenta Kamala Harris, primera mujer negra y de ascendencia jamaiquina, en ocupar la vicepresidencia de los Estados Unidos. Mientras a Biden le tomó juramento el Juez Presidente de la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos, John Roberts; la nueva vicepresidenta fue juramentada por la Jueza Asociada de la Corte Suprema de Justicia de origen puertorriqueño, Sonia Sotomayor. Entre otros elementos simbólicos, como si fuera la respuesta a quien ocupó la presidencia los pasados cuatro años, el mensaje de integración y unidad entre los diferentes componentes étnicos y culturales de la sociedad estadunidense estuvo presente en el diseño de la actividad.
Destacó entre los mensajes el poema leído por Amanda Gorman, una joven afroamericana de 22 años, titulado The Hill We Climbed. En él, evoca los sucesos del 6 de enero de 2021 ante el Capitolio federal indicando: “When day comes, we ask ourselves where can we find ligth in this never-ending shade? En su poema, Gorman señala algo que bien podría ser dicho por otros pueblos y países que, desde el ejercicio democrático de sus respectivos procesos, como han sido los casos de Chile en 1973, y más recientemente, Guatemala, Bolivia y Venezuela, han sufrido el ataque a sus respectivas democracias por parte del gobierno de los Estados Unidos. Como indicó en la lectura del poema, “But while democracy can be periodically delayed, it can never be permanently defeated.”
El discurso del nuevo presidente no fue uno de confrontación; fue un discurso en el cual convoca a la unidad de los ciudadanos de los Estados Unidos en lo que describió, según su criterio, son los principios sobre los cuales se ha montado la imagen de este país ante sus propios ciudadanos y ante la comunidad internacional. También hizo un llamado a la colaboración por parte del Partido Republicano, señalando que sería un presidente para todos.
Si bien Biden desatacó la presencia en los actos inaugurales de latinos, angloamericanos, afroamericanos y sectores religiosos; estuvo ausente en tales actos la representación de las naciones y pueblos originarios en los Estados Unidos.
En su discurso, Biden se coloca en contraposición a su predecesor Donald Trump en varios aspectos a pesar de que tuvo el cuidado de no mencionarlo. En primer lugar, asume una postura de urgencia en la respuesta del gobierno estadounidense en torno a las consecuencias de la pandemia de la COVID-19, la misma pandemia de la cual Trump se mofó en más de una ocasión. Biden destacó el hecho de que la COVID-19 ha cobrado, en menos de un año, la vida de alrededor de 400 mil personas, cifra ésta superior al número de muertos en combate que sufrió Estados Unidos en cuatro años durante su participación en la Segunda Guerra Mundial. Al hacerlo, reafirmó su compromiso y el de su gobierno próximo a iniciar, en dedicarle la atención inmediata a combatir los efectos de la COVID-19 en la población estadunidense.
El segundo eje principal de su mensaje se centró en promoverá la búsqueda de la unidad nacional de los estadounidenses ante el nivel de división heredado de la administración de Donald Trump. Así las cosas, Biden criticó la división creada por su predecesor apoyado por el avance de los sectores supremacistas blancos en sus intentos de debilitar la Unión. Al referirse a aquellos sectores fascinerosos y supremacistas blancos que dos semanas atrás habían tomado por asalto el Capitolio, indicó que no toleraría ningún acto de terrorismo doméstico de parte de éstos, mucho menos, que insistan en adelantar su agenda divisiva en la sociedad estadounidense. A la par de su advertencia, con el mismo énfasis les extendió un ramo de olivo, convocándoles a la unidad nacional.
En tercer lugar, destaca en los actos inaugurales la nota religiosa cristiana en esta ceremonia de Estado. Biden participó de un servicio religioso previo a los actos oficiales; formalizó su juramento con su mano en una Biblia sobre la cual juró en dos ocasiones previas cuando asumió bajo la Administración Obama la vicepresidencia de los Estados Unidos, una Biblia que ha guardado su familia desde finales del Siglo XIX; contó con la participación de un reverendo dirigiéndose al público luego de su jura como presidente; e hizo diversas referencias de contenido religioso durante su discurso; lo que atiende ciertas preocupaciones del sector conservador estadounidense ante el rumbo que pudiera tener el Partido Demócrata y su relación con el ala liberal dentro del mismo.
En cuarto lugar, Biden señaló su aspiración a redirigir y superar el daño causado por la Administración Trump en las relaciones internacionales de Estados Unidos con quienes han sido históricamente sus aliados a escala global, lo que evidentemente incluirá con carácter de urgencia la relación de su país con los integrantes de la Unión Europea y con los integrantes del tratado de seguridad conjunta conocido como Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), que hoy integra países en la anterior Europa Oriental, el Medio Oriente y Asia Central.
En quinto lugar, Biden incorporó en su discurso la necesidad de los Estados Unidos atender problemas urgentes como son la salud, la vivienda, el empleo y condiciones de trabajo, la educación y el bienestar general del país.
En sexto lugar, Biden dedicó parte de su discurso a lo que podríamos señalar como el fortalecimiento de la autoestima del pueblo estadounidense, de su orgullo nacional y su papel en la historia; pero sin caer en el uso demagógico de ese mismo tipo de discurso como ocurría en manos de un facineroso y racista como Donald Trump. En la voz de Trump ese fortalecimiento de la autoestima y ese orgullo nacional estadounidense, se construía sobre el total menosprecio hacia la población afroamericana y latinoamericana.
En su alocución, Biden retoma el imaginario de unos Estados Unidos a la cabeza del mundo democrático, de un ejemplo para sí mismo y para el resto de los países en el mundo occidental, un imaginario de un Estados Unidos edificado sobre sólidas columnas democráticas, comprometido con sus aliados, como indicó, “no por el poder de su fuerza sino por la fuerza de su poder” en asumir ese liderazgo. Para muchos, ese imaginario al cual se refiere Biden, no es más que eso, la construcción de una idea que no se sostiene en los hechos que definen el carácter imperialista de los Estados Unidos
Donald Trump optó por no estar presente en la jura de Biden aunque su vicepresidente compartió su presencia junto a otros republicanos. Este acto de Trump de no asistir a la jura de su sucesor, que va de la mano con su conducta patológica e irascible, no había ocurrido en los Estados Unidos desde 1869 tras la Guerra Civil. En un discurso que dio el día anterior en la Base de la Fuerza Aérea Andrews en Maryland, el saliente presidente Trump se vanaglorió ser el primer mandatario en décadas que no había promovido nuevas guerras en las que estuviera involucrado Estados Unidos.
Esta afirmación, en alguna medida resulta ser un sofisma, pues deja de tomar en consideración si bien puede decirse tal cosa en relación a guerras fuera de los Estados Unidos; lo cierto es que Trump ha sido el primer presidente en décadas en promover en dentro de su país una guerra civil instigando a grupos fascistas y de supremacía blanca en acciones dirigidas contra el gobierno de los Estados Unidos como fue el asalto al Capitolio federal el 6 de enero. Si como muestra que como botón basta, tales actos dan la medida de hasta dónde Trump fue capaz de llegar.
En su discurso de despedida, Trump dejó abierta la puerta de volver a la política activa. Al señalar que regresará “de algún modo” evidencia su intención. Sin embargo, la posibilidad de que ello ocurra estaría por verse; primero por el resultado que pueda tener el proceso de residencia política iniciado contra él y el cual se encuentra en estos momentos ante el Senado de los Estados Unidos; segundo, porque regresar, si es que refirió a Casa Blanca, en caso de que supere el juicio de residencia político en el Senado, dependerá de los votos que logre acumular en un segundo intento en las elecciones de 2024.
Dentro de todo este proceso de transición de un presidente a otro, la pregunta obligada es, más allá de lo que en los discursos se diga, ¿habrá cambios radicales en la política de los Estados Unidos hacia sus propios ciudadanos y hacia el resto de la comunidad internacional?
En un escrito publicado en la Revista Foreign Affairs correspondiente a marzo-abril de 2020, bajo el título Why America Must Lead Again: Rescuing U.S. Foreign Policy After Trump, Biden formulaba cinco propuestas principales de lo que haría en su gobierno de ser electo. Evidentemente, por la fecha del escrito, el tema de la COVID-19 y sus efectos en la economía, la salud y el comportamiento de los ciudadanos en Estados Unidos no está atendido en el escrito. Son otras las prioridades a las que hace referencia.
En primer lugar se refiere a la necesidad de revigorizar la democracia estadounidense. Propone reconstruir el sistema educativo donde los niños tengan oportunidades que no sean determinadas por su raza; una reforma en el sistema de justicia criminal que elimine la disparidad entre los ciudadanos; la restauración de la “Ley sobre Derecho al Voto” de manera que todo el mundo sea escuchado; el regreso a la transparencia y del rendimiento de cuentas en el gobierno; y terminar con lo que llama “epidemia de encarcelamientos en masa”.
Biden se compromete a promover una Enmienda a la Constitución de Estados Unidos dirigida a eliminar las aportaciones de dólares en las elecciones de funcionarios federales que impediría que no nacionales o gobiernos extranjeros influencien los procesos electorales federales, estatales o locales; y la creación de una Comisión de Ética Federal que haga cumplir las leyes electorales y las leyes anti corrupción.
Biden se compromete también durante su primer año como presidente, convocar un encuentro global sobre la democracia donde se tratarían tres temas centrales: la lucha contra la corrupción, la protección contra el autoritarismo y el avance de los derechos humanos, tanto en cada país como a escala global, en el cual participen organizaciones de la sociedad civil que se han distinguido en la defensa de la democracia.
En su segunda propuesta, Biden propone una política exterior que le permita a Estados Unidos prevalecer en la competencia con la República Popular China, que a su vez vaya dirigida a atender los intereses de la clase media en Estados Unidos. Para ello propone un incremento en el salario mínimo a $15.00 la hora y la inversión en la innovación y la tecnología.
Biden propone, además, colaborar en asuntos como el cambio climático, integrando su país en los esfuerzos y acuerdos relacionados con el cambio climático; la no proliferación del armamento nuclear y la carrera armamentista y aspectos relacionados con la salud.
La tercera propuesta de Biden se relaciona con la política exterior de Estados Unidos. Señala que como comandante en jefe, no vacilaría en el uso la fuerza para proteger a Estados Unidos y que asegurará que su país siga siendo la mayor fuerza militar en el mundo. También sostiene, sin modificaciones conceptuales de anteriores presidentes, la lucha contra el terrorismo a escala mundial y a nivel doméstico, aunque se compromete con la prohibición de la tortura y el establecimiento de la transparencia en las operaciones militares de Estados Unidos;
Biden aboga por elevar al rango de principal herramienta de la política exterior de Estados Unidos, la diplomacia. Su referente es el gobierno de Barack Obama. Critica la postura de la Administración Trump de dejar sin efecto distintos tratados internacionales, poniendo bajo cuestionamiento la palabra empeñada por su país a nivel mundial, señalando que Estados Unidos no puede pretender tener credibilidad a la par que abandona acuerdos internacionales a los cuales se ha comprometido. Propone que Estados Unidos debe fortalecer sus capacidades colectivas con sus amigos europeos, a la vez que también llama al fortalecimiento de alianzas con países como Australia, Japón, Corea del Sur, Indonesia e India. Lo mismo plantea en el caso de América Latina y África.
Finalmente, como parte de su quinta propuesta, Biden aborda el tema del desarrollo de las tecnologías del futuro en materia de inteligencia artificial y el desarrollo del 5G. Indica que Estados Unidos debe asegurar que el uso de estas tecnologías contribuya a promover y ampliar la democracia, compartir la prosperidad y las libertades. El liderato sobre el desarrollo de las tecnologías del futuro, indica, lo debe asumir Estados Unidos.
En su discurso inaugural, en clara referencia a los sucesos del día 6 de enero en el Capitolio federal expresa cómo podrían dejar en el futuro del país fisuras difíciles de subsanar dentro de la propia sociedad estadounidense; en la pérdida del ejercicio de la democracia; en la ruptura de alianzas; y en el alejamiento de lo que debe ser el orden internacional. Para enfrentar tales amenazas, propone cinco soluciones: más apertura, más acuerdos de amistad entre países, más cooperación entre ellos, más alianzas y más democracia.
Como puede verse, si bien podríamos esperar ciertos cambios de estilo en la gobernanza que propone Biden para el nuevo cuatrienio, y en algunos casos, ciertamente cambios de contenido, lo cierto es que políticamente hablando, es mucho más fácil destruir instituciones que construir las mismas. Ha terminado la era de Donald Trump y con él un gobierno que precisamente se dedicó a destruir instituciones en los Estados Unidos; un gobierno que se enorgulleció en promover el caos, tanto el doméstico como a nivel de relaciones internacionales; un gobierno dedicado a fomentar la supremacía racial blanca, el fascismo y el abierto discrimen hacia las poblaciones afroamericana, latinoamericana y otras minorías; un cuatrienio que promovió un nivel de confrontación interna entre estadounidenses no visto en décadas en ese país.
Un cambio de presidente no necesariamente es el antídoto a la infección instituciona
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