29 de abril de 2022
El 28 de abril de 1979 Carlos Muñiz Varela se dirigía a casa de su madre en el municipio de Guaynabo cuando un comando clandestino de asesinos, vinculados a las organizaciones terroristas cubanas CORU y FLNC, dispararon contra el vehículo donde viajaba. Luego de herirle, uno de los atacantes se bajó del vehículo y le remató disparándole en la cabeza y otras partes del cuerpo.
Carlos Muñiz Varela fue un joven cubano enviado a Estados Unidos por sus padres como parte de la llamada “Operación Peter Pan”. Mediante este operativo, la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos, en complicidad con la jerarquía de la Iglesia Católica en Cuba, persuadió a los padres y madres de miles de niños cubanos para enviarlos fuera de su país hacia Estados Unidos. La campaña de terror sembrada en Cuba bajo la cual consintieron la salida ilegal de sus hijos, fue el falso argumento de que éstos les serían arrebatados para enviarlos a centros de adoctrinamiento comunista en la Unión Soviética. Se trataba de uno de los primeros operativos civiles encubiertos desarrollados por la Agencia Central de Inteligencia contra la Revolución Cubana.
Carlos creció y se desarrolló en Puerto Rico como un joven más de su época, impactado por el desarrollo de la Guerra de Vietnam; una guerra injusta donde miles de puertorriqueños serían forzados participar, como parte del Servicio Militar Obligatorio, ante la resistencia de un pueblo heroico que peleaba por su liberación nacional ante la agresión estadounidense. Carlos también se fue desarrollando en su patria adoptiva con el sector independentista, siempre solidario con el pueblo y la Revolución Cubana. Afirmando el derecho soberano del pueblo cubano a defender su independencia ante la agresión estadounidense, validábamos así el ejemplo que nos legaran las luchas emancipadoras de ambos pueblos por su libertad e independencia desde el Siglo XIX.
Carlos creció también al calor del desarrollo de aquellas luchas desarrolladas a finales de la década de 1960 y comienzos de los años setenta, donde la reivindicación de la independencia nacional de Puerto Rico, luego de un período de relativa inactividad, comenzaba a eslabonarse de manera orgánica con las luchas reivindicativas de las clases trabajadoras. La vinculación de un proyecto independentista con la propuesta política del socialismo, llevaría a no pocos de nosotros a abrazar la utopía realizable de las transformaciones sociales y la búsqueda de un proyecto político-organizativo a través del cual organizarnos para la obtención del objetivo soñado. Sí, fue así como la utopía teórica se convirtió en proyecto de construcción del presente, y fue la búsqueda de ese proyecto, lo que nos permitió encontrarnos en la vida.
Cuando Carlitos, como le llamábamos, entra a la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras, lo hace ya como un luchador independentista, con una clara conciencia de la necesidad de vincular la lucha universitaria con la lucha nacional. Es en la Juventud Independentista Universitaria, cuya consigna central era Por la integración de los estudiantes a la lucha nacional, donde Carlos encontró la organización que entonces llenaba sus expectativas políticas más inmediatas. Todavía en Carlos no había despertado el interés al cual eventualmente dedicaría y ofrendaría su vida.
En sus años universitarios y desde la Juventud Independentista Universitaria, Carlos se vinculó con las luchas sociales de los trabajadores. Allí se desempeñó como Sub Secretario de Asuntos Obreros de la Juventud Independentista Universitaria en el Recinto de Río Piedras, secretaría ésta entonces dirigida por el profesor en economía hoy retirado, Pedro Rivera. Sin embargo, para Carlos no era suficiente el espacio que propiciaba sus relaciones con los sindicatos universitarios. Esto le llevó a participar también en su pueblo de Guaynabo de los trabajos desarrollados, tanto del Comité local de PIP como por el Movimiento Acción Obrera. Más adelante, junto a otros jóvenes cubanos residentes en Puerto Rico, idearía un proyecto dirigido a contribuir a la reunificación de la familia cubana promoviendo viajes a Cuba para reencuentros entre familiares.
Fueron también años en los cuales surgiría la primera reunión de jóvenes cubanos residentes en el exterior con funcionarios del gobierno cubano. Si bien Carlos no participó de la reunión inicial, tampoco estuvo al margen del proceso conceptual que permitió la realización del proyecto. El primer viaje a Cuba de la Brigada Antonio Maceo, sin embargo, ocurrido en diciembre de 1977, Carlos participa en forma destacada. Sería por así decirlo, ese primer aldabonazo contundente a los esfuerzos por la reunificación de la familia cubana.
Para la reunificación familiar, sin embargo, era imprescindible un diálogo inicial que permitiera sentar las bases políticas para impulsar un cambio. Había que propiciar un movimiento de ambas partes; de los cubanos de “adentro” y los cubanos de “afuera”. Y fue ahí donde Carlos, Ricardo, Raúl, junto a muchos otros jóvenes cubanos, decidieron ser los dínamos del cambio y la transformación.
En momentos en que la contrarrevolución cubana cerraba espacios a todo tipo de iniciativas de diálogo con el gobierno cubano; las gestiones de Carlos, Ricardo, Raúl y sus compañeros, procurando la reunificación de la familia cubana, resultaron ser una contracorriente que se interponía a su campaña de terror contra la Revolución Cubana. Por esto trataron de silenciarlos, y no pudieron; trataron de amedrentarlos, y no pudieron; trataron de destruir los locales desde donde promovían los viajes, y tampoco pudieron; trataron de intimidar a aquellos y aquellas que comenzaban a comentar lo que encontraban a su llegada de Cuba y cómo eran recibidos por sus familiares, y una vez más, tampoco pudieron. Por eso decidieron asesinarlos. Y lo digo en plural porque cualquiera de ellos, o todos en conjunto, pudieron ser víctimas del objetivo que se trazaron estos sicarios. De hecho, documentos desclasificados indican que al menos, en el caso de Raúl Álzaga, también estuvo considerado un plan para asesinarle.
Eran días en que la corrupción política en la Policía de Puerto Rico campeaba por sus respetos; días en que la locura del “romerato” y otros políticos insertados en altas posiciones del gobierno, llamaba “héroes” a quienes como miembros de la División de Inteligencia de la Policía, asesinaban independentistas indefensos en el Cerro Maravilla; secuestraban y asesinaban dirigentes sindicales; días en que en Puerto Rico venía desarrollándose un Plan, elaborado a los más altos niveles de nuestro gobierno y con la participación e funcionario del Gobierno de Estados Unidos, para “neutralizar” decenas de militantes independentistas y socialistas; días en que el FBI junto con la Oficina de Alguaciles Federales conspiraban con funcionarios de la Inteligencia Naval contra el movimiento patriótico; y días donde la política de mano dura, se cebaba en contra de todo tipo de manifestación o protesta por parte del movimiento obrero. Dentro de ese cuadro, la contrarrevolución cubana, cómplice en todo este montaje represivo, se sentía impune y a la vez que protegida por todos estos sectores. Por eso, en el asesinato de Carlos, todos estos componentes mencionados, tenían su cuota de responsabilidad.
Desde un primer momento, tanto agentes de la División de Inteligencia de la Policía de Puerto Rico como agentes del FBI, estuvieron presentes, tanto en la escena del crimen, como en las etapas investigativas iniciales del proceso. Algunos de los agentes participantes en la investigación por parte de la Policía de Puerto Rico eran agentes que más adelante fueron encauzados por delitos cometidos como parte de la entonces llamada “Ganga de Alejo Maldonado”. Muchos de ellos, incluyendo el propio Alejo Maldonado, fueron procesados criminalmente por otros delitos y cumplieron sentencias en cárceles federales. Algunos documentos basados en resúmenes de sus declaraciones ante el FBI, aportan elementos que documentan su vinculación con organizaciones e individuos relacionados con la planificación y financiamiento del asesinato de Carlos. Esos que financiaron sus fechorías, permanecieron y permanecen hasta hoy en la impunidad.
A lo largo de los años, no ha habido pausa entre los amigos, compañeros y familiares de Carlos para que las autoridades del Gobierno de Puerto Rico y del gobierno de los Estados Unidos asuman su responsabilidad en la investigación y procesamiento criminal de los autores materiales e intelectuales de este crimen. Sin embargo, han sido múltiples los escollos puestos en el camino, o el desdén en el trámite investigativo, para impedir lograr que las demandas hechas por amigos, compañeros y familiares logren su objetivo.
Desde el asesinato de Carlos, el gobierno de Estados Unidos ha contado con información y documentación suficiente que podría contribuir significativamente al esclarecimiento del caso. El consenso alcanzado sobre la necesidad de someter a la justicia a los que planificaron, financiaron, ejecutaron y encubrieron este asesinato rebasa hoy las fronteras de los amigos y familiares de Carlos. Los medios noticiosos, los sectores religiosos, sindicales y de la sociedad civil reclaman hoy poner fin a esta espera de más de cuatro décadas.
En Puerto Rico, a diferencia de Estados Unidos, el asesinato es un delito que no prescribe. En consecuencia, independientemente del tiempo transcurrido, obtenida la prueba necesaria para encausar a una persona por dicho delito, el Estado puede iniciar el correspondiente procesamiento criminal de los responsables en el delito de asesinato. Los diferentes gobiernos habidos en Puerto Rico con posterioridad al mandato de Aníbal Acevedo Vilá han hecho público su compromiso por adelantar la investigación relacionada al asesinato de Carlos Muñiz Varela. Nada ha ocurrido que nos lleve a pensar que hay, en efecto, compromiso y voluntad para encauzar los responsables. Tal parecería que hay un compás de espera, en que los responsables finalmente mueran por causas naturales o enfermedad para entonces hacer pública la información que al presente ocultan.
¿Por qué el gobierno de Estados Unidos luego de más de cuatro décadas persiste en su negativa a entregar las pruebas en su poder sobre este crimen y continuar encubriendo a los responsables? ¿Qué esconde? ¿A quién se protege? ¿Por cuánto tiempo más patrocinarán la impunidad? Ésas son las preguntas que debemos hacernos, y ciertamente, aquellas sobre las cuales demandamos hoy, a la distancia de 43 años, una respuesta.
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