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La llamada Primavera Árabe: ¿mito o realidad?

africaSe indica por algunos analistas de los sucesos acaecidos recientemente en diversos países árabes, que seis meses después de haberse inmolado en llamas en un mercado de Túnez Mohamed Bouazizi,  [...]

joven de 26 años y vendedor de naranjas en mercado de la capital de este país localizado en el norte de África,  ya nadie le recuerda. Es necesario indicar que se trata de aquel vendedor de frutas que con su sacrifico personal, prendiendo en llamas su cuerpo y provocando su muerte, desata la ola de protestas ciudadanas que llevarían en pocas semanas a la caída del gobierno tunecino. El movimiento de protesta en Túnez y su resultado a corto plazo desató una ola de protestas en otros países árabes dando paso a lo que hoy comúnmente se le llama “la primavera árabe”. Así, los sucesos de Túnez impactarían las luchas desatadas posteriormente en Egipto, Yemen, Argelia, Mauritania, Sudán, Omán, Jordania, Arabia Saudita, Bahréin, Siria y ciertamente, la agresión de Estados Unidos y la OTAN contra Libia.

Algunos autores como Paul Rogers en Open Democracy, sin embargo, indican que tal “primavera” como ha insistido Occidente en llamarle desde una perspectiva mediática, “acabó convirtiéndose en invierno, justo en vísperas de la primavera real.”

No falta quien haya pretendido comparar los movimientos sociales desarrollados en algunos de estos países, como procesos políticos comparables con las revoluciones europeas del siglo 19, particularmente las de 1830 y 1848; o con aquellos levantamientos sociales que siguieron a la caída de Muro de Berlín en 1989. Lo que sí es importante destacar es que más allá de cómo consideremos estos procesos, se trata de movimientos sociales inspirados en reivindicaciones vinculadas a las condiciones materiales de vida de la población y a la ausencia de derechos políticos de los habitantes de los pueblos árabes en repudio a las estructuras militaristas y autoritarias prevalecientes en sus gobiernos. Los grandes actores políticos en estas movilizaciones han sido, hasta el presente, los jóvenes. Se trata de una nueva generación con unas características de lucha totalmente diferentes a aquellas que llevaron a cabo en la mayoría de estos países las generaciones que les precedieron para librarse del yugo colonial. Desde posiciones fundamentalmente  laicas, hoy los jóvenes reclaman cambios profundos en las estructuras de poder en sus respectivos países.

En condiciones así, es lógico asumir que las potencias imperialistas han de estar muy atentas al desarrollo de estos movimientos procurando que no se afecten sus intereses económicos y geopolíticos. Si no asumiéramos tal escenario, no encontraríamos una explicación para entender las distintas posiciones de la Unión Europea  y Estados Unidos ante los sucesos acaecidos en Túnez y Egipto, por ejemplo; y las posturas mantenidas por estos mismos centros de poder en torno a otros países como Arabia Saudita, o los gobiernos de Bahréin o Yemen, cuando bajo la premisa del ejercicio del poder del Estado, lanzan su más resuelta represión contra sus habitantes.

En Egipto, por ejemplo, mientras Estados Unidos amamantó por décadas primero al gobierno de Anwar El-Sadat, y luego, al de Hosni Mubarack, ante la fuerza de las luchas sociales en contra del régimen imperante, este país volcó la espalda a su antiguo aliado a favor de una salida política. Para Estados Unidos lo fundamental era que no se comprometiera la posición de Egipto como aliado de Estados Unidos, Arabia Saudita e Israel en la región. El resultado neto al día de hoy, meses después de la caída de Mubarack, es que en Egipto prevalece, a través del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, un “mubarakarismo” sin Mubarak.

Samir Amín, en escrito publicado por Telesur, nos indica en un artículo titulado La Primavera Árabe de 2011, que  la “revolución egipcia en curso ilustra la posibilidad del anunciado fin del sistema neoliberal, objeto de cuestionamiento en todas sus dimensiones: política, económica y social.” Este masivo movimiento de la población, indica, “combina tres componentes activos: los jóvenes ‘repolitizados’ por propia voluntad y en formas ‘modernas’ que ellos mismos se han inventado, las fuerzas de la izquierda radical y las fuerzas reunidas por los demócratas de la clase media.” Sin embargo, indica el autor, frente este componente social que ha venido empujando hacia la conformación de un frente unido de las fuerzas democráticas y los trabajadores, Estados Unidos y sus aliados impulsa como estrategia contenedora de un cambio revolucionario más profundo, un sistema más cercano a un estado islámico, colocando al frente del gobierno a partidarios de la organización Hermanos Musulmanes.

Así las cosas, indica Samir en su escrito: “El proyecto de Washington, expresado abiertamente por Hillary Clinton, Obama y los ‘think tanks’ a su servicio, se inspira en el modelo paquistaní: el ejército (islámico) entre bastidores, el gobierno (civil) asumido por el partido (o los partidos) islámicos ‘elegidos’. Obviamente, si se diera este caso, el gobierno ‘islámico’ egipcio sería compensado por su sumisión en los asuntos esenciales (no cuestionar el liberalismo ni los presuntos ‘tratados de paz’ que permiten que Israel continúe su política de expansión territorial, y podría proseguir, como una compensación demagógica, con la implementación de sus proyectos ‘de islamización del Estado y de la política…”

La otra cara de esta llamada “primavera democrática”, impulsada también por Estados Unidos junto a sus socios de la OTAN, es la que se da dentro de la más inmoral acción de delincuencia internacional de estos sectores imperiales. En Libia, esta alianza militar se abroga el derecho a pretender deponer un gobierno bajo el manto de una Resolución del Consejo de Seguridad, que en su contenido, nunca les permitió desarrollar contra este país la destrucción sistemática de su infraestructura civil a través de un inmisericorde bombardeo contra sus ciudades como el que ha venido desarrollándose desde el mes de marzo.

Reconociendo luego de tres meses de brutales ataques contra objetivos civiles y militares su incapacidad para forzar la salida del país Muammar Gaddafi; o dicho de otro modo, luego de tres meses sin que los secesionistas hayan demostrado su capacidad para deponer el gobierno,  Estados Unidos y sus aliados han legitimando como representante formal de Libia al llamado Consejo Nacional de Transición. Consumado el acto, Estados y la Unión Europea se aprestan a derramar decenas de miles de millones de dólares en ayuda militar, logística y económica a los rebeldes opositores que conforman este consejo secesionista.

La defensa de la llamada democracia en Libia por parte de Estados Unidos y la OTAN ha representado para su pueblo la muerte de miles de sus hijos e hijas.

Podremos diferir del tipo de gobierno establecido en Libia; de los métodos a través de los cuales se ha constituido y sostenido a lo largo de varias  por décadas su gobierno; o incluso, podemos diferir de los espacios democráticos existentes que permitan a la población el ejercicio de ciertos derechos civiles y humanos. Es más, podemos incluso tener algún nivel de simpatía con algunas de las demandas hechas por los opositores al gobierno libio demandando una mayor apertura política. Sin embargo, ninguna de tales premisas, por válidas que puedan ser, deben variar nuestra expresión de rechazo a la intervención imperialista de Estados Unidos y la OTAN contra la soberanía de Libia;  o nuestra denuncia al  abuso del derecho internacional practicado sobre la base del ejercicio de la fuerza bruta imperial que hoy se lleva a cabo a nombre de la democracia contra el pueblo libio.

No debe haber lugar ni espacio para ingenuidades. Detrás de toda la campaña articulada para aislar al actual gobierno libio se encuentra el interés de Estados Unidos y los países europeos por los recursos naturales del subsuelo libio; se encuentra la intención de Estados Unidos establecer en Libia un gobierno afín a sus intereses que le permita crear una gran base militar en suelo libio a donde trasladar sus estructuras de comando del Comando de África; se encuentra el interés imperial de influenciar de manera más directa en la política africana, impidiendo la consolidación de un proceso de integración económica y política en este inmenso continente; y finalmente, ampliar el marco de su dominación geopolítica en esta región.

21 de julio de 2011


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