Escrito por Julio A. Muriente Pérez | MINH
“Una lección de clase mundial”. Así encabezó el periódico El Nuevo Día la portada de su edición del domingo 28 de julio, cuando ya se había activado la cuenta regresiva para la renuncia de Ricardo Rosselló, luego de días de lucha intensa, multitudinaria y exitosa en la calle y en todo el país.
Esa afirmación es literalmente cierta. Me consta. Luego de participar junto a mucha gente diversa en las primeras jornadas de protesta, incluyendo una masiva marcha, me vi precisado a viajar a Venezuela. En Caracas asistí a dos importantes eventos: la Reunión Ministerial del Movimiento de Países No Alineados (NOAL), y el XXV Encuentro del Foro de Sao Paulo (FSP). A ambas organizaciones internacionales pertenece mi organización política, el Movimiento Independentista Nacional Hostosiano (MINH).
En la Reunión Ministerial de NOAL había representantes de noventa países y gobiernos provenientes de diversos continentes y de todos los signos políticos e ideológicos. NOAL es la segunda organización gubernamental más importante y representativa del planeta, luego de la ONU. En el Encuentro del Foro de Sao Paulo, la más importante organización de la izquierda de nuestra América, estaban representadas decenas de agrupaciones progresistas y revolucionarias de América Latina y el Caribe, así como numerosos invitados de Europa, Asia y África.
Estos importantes eventos internacionales se celebraron entre los días 19 y 28 de julio, coincidiendo de lleno con lo que acontecía en Puerto Rico, incluyendo la gran Marcha de la Dignidad, celebrada el 17 de julio y el anuncio de Rosselló de que se iba pocos días después, en la noche del 24 de julio.
De manera que para esas decenas de cancilleres, ministros y diplomáticos de NOAL, como para la multitud de dirigentes y miembros de organizaciones de izquierda latinoamericanas y caribeñas agrupadas en el FSP, Puerto Rico fue en esos días el tema obligado. Las reacciones eran diversas: sorpresa, curiosidad, satisfacción, alegría, solidaridad. A cada cual había que explicarle en detalle, desde la ubicación geográfica de Puerto Rico hasta lo relacionado a la corrupción, el escandalo de los chats, la Junta de Control Fiscal impuesta por Washington, los miles de muertos tras el paso del huracán María, el ofensivo rollo de papel toalla de Trump, el deterioro económico y social que ha venido sufriendo el país, la emigración masiva, el coraje y la frustración acumulados por tanto tiempo, el pueblo en las calles, la extraordinaria diversidad de los participantes, la bandera, las consignas, el patriotismo, los artistas, los motociclistas, los jóvenes, las mujeres, la diáspora, la alegría y la victoria del pueblo.
Llovían las entrevistas radiales y de televisión, las conversaciones y los interrogatorios inacabables. Nos invitaron a participar como oradores en diversos actos y allí el entusiasmo era desbordante.
Todo el mundo quería conocer qué estaba pasando en Puerto Rico. Todo el mundo reconocía que lo que estaba sucediendo en esa isla-nación caribeña no tenía precedentes; que era, efectivamente, una lección de clase mundial. Todos sentían que tenían algo que aprender de aquella gran experiencia, de aquella gran lección.
Una lección de cómo la bandera de la dignidad y la vergüenza movilizan a una población que se pensaba resignada o indiferente, en la que late una energía avasalladora que estalla como si fuera algo espontaneo, pero que ha venido acumulándose desde hace tiempo. Una lección de cómo ese pueblo desbordó a los partidos políticos, al gobierno y otras tantas instituciones, y se convirtió en protagonista indiscutido. Una lección de patriotismo del bueno, del verdadero, del que suma a todos y todas más allá de cualquier consideración, en aras de un ideal: la honestidad, la transparencia y el buen vivir. Una lección que no se conforma con la expulsión de unos funcionarios corruptos y su sustitución por algún otro funcionario, sino que aspira a más; a transformar a esta sociedad decadente en una sociedad en la que la esperanza y los sueños tengan sentido y pertinencia.
Esta lección no es un hecho consumado. Apenas hemos saboreado el gran poder que tenemos cuando nos disponemos a ejercerlo. No debe interesarnos, como anhelan algunos con cierta desesperación, volver a la “normalidad”, entendiendo con ello el retorno al día antes de que conociéramos de la corrupción y las ofensas de Rosselló y compañía. Debemos hacer lo posible, en todo caso, por forjar una “nueva normalidad”, que tiene menos que ver con funcionarios corruptos y más con la organización de una sociedad superior, verdaderamente democrática y en libertad.
Eso no ocurrirá de un día para otro. Quedan de frente grandes batallas y una gran tarea de desarrollo y profundización de la conciencia y compromiso individual y colectivo. Cargamos con una lápida de más de medio milenio en que otros han decidido—y siguen decidiendo- a gusto y gana por nosotros y nosotras. Nada sucederá por obra y gracia, ni como por arte de magia. Pero ya contamos con una zapata sólida y firme, que es nuestra voluntad colectiva, probada en la calle. Palmo a palmo avanzaremos. Con espíritu y vocación de constructores.
Entonces la dimensión de esta lección planetaria se multiplicará infinitamente.
(Tomado de El Nuevo Día)
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