Escrito por Julio A. Muriente Pérez | MINH
La alcaldesa de Canóvanas, Lornna Soto y su padre Jose "Chemo" Soto, sabían exactamente lo que estaban haciendo, al anunciar que bautizarían una facilidad recreativa en el barrio Lomas de ese municipio con el nombre del excoronel Ángel L. Pérez Casillas. Podían anticipar las consecuencias. Hubo cálculo y premeditación. Son plenamente conscientes de lo que representa Pérez Casillas en la historia moderna de Puerto Rico y del evento espantoso que dirigió al mando de la División de Inteligencia de la Policía, sobre el cual ha guardado silencio cómplice por más de cuatro décadas.
¿Por qué, entonces, han pretendido imponer su voluntad tan temerariamente, como si tal cosa? ¿Qué los ha llevado a querer premiar con semejante reconocimiento a uno de los principales artífices del asesinato de dos jóvenes puertorriqueños el 25 de julio de 1978, en el Cerro Maravilla? ¿Acaso han olvidado que hace apenas unas semanas cientos de miles de boricuas tomaron las calles y forzaron la renuncia de un gobernador y sus ayudantes principales, precisamente como reacción a las ofensas, insultos y sobre todo a la insensibilidad de esos funcionarios gubernamentales contra la dignidad del pueblo?
La hija y el padre, ambos militantes activos del mismo partido político del gobernador expulsado juegan, como aquel, a la impunidad, a hacer las cosas porque les da la gana, a querer desconocer el sentido social y humano de sucesos como el ocurrido hace cuatro décadas en las montañas de Villalba y a pretender borrar la memoria histórica de hechos espeluznantes, abusivos y criminales que mancharon de sangre las manos del coronel Pérez Casillas y un grupo de policías bajo su mando. A faltarle el respeto al País.
El capricho de los Soto adquiere un efecto de bumerang que nos obliga a recordar con fuerza aquellos años de represión desenfrenada y de terrorismo gubernamental. Los asesinatos de Arnaldo Darío Rosado y Carlos Soto Arriví, luego de ser maltratados, torturados y vejados, no constituyeron un hecho aislado. Formaron parte de un plan urdido por el gobierno que entonces dirigía Carlos Romero Barceló. La intención era crear un clima de histeria en el pueblo, con el fin de reprimir al movimiento independentista y a todos aquellos que se opusieran a sus objetivos anexionistas. El plan consistía en escarmentar al independentismo ese 25 de julio matando a los dos jóvenes, y desde ahí continuar reprimiendo a cientos de ciudadanos, cuyos nombres aparecían en listas confeccionadas por la Policía. De esa forma, a tiro limpio, el gobierno de Romero esperaba imponer la paz de los sepulcros, que le permitiría prevalecer en sus propósitos político-partidistas.
No es casualidad que, al enterarse de lo que había ocurrido en el Cerro Maravilla, Romero Barceló llamara héroes a los policías asesinos, desde la tribuna en Bayamón donde se conmemoraba el aniversario del ELA. Entre esos héroes estaba, de manera prominente, Pérez Casillas.
La verdad de lo que había ocurrido en el Cerro Maravilla ese día terrible, se fue conociendo a pedazos, gracias a valerosos testimonios de varios ciudadanos y a las investigaciones realizadas por la Legislatura y la prensa. Romero Barceló, la Policía y los agentes directamente involucrados en el asesinato guardaron silencio, mintieron, dijeron medias verdades; nunca admitieron la barbaridad cometida ni señalaron a los planificadores que movieron los hilos asesinos. Un grupo de ellos fue preso, pero por mentir; por perjurio en el tribunal estadounidense (federal). Quisieron amapuchar el operativo terrorista planificado desde La Fortaleza.
Cuarenta y un años después a Lornna y a Chemo Soto se les ocurre esta irresponsable iniciativa, que duele en lo más hondo.
Si alguien merece ser honrado y recordado con respeto, son esos dos muchachos, victimas del entrampamiento, de la mayor de las perversiones y de la violencia desenfrenada del Estado. Son ellos, con sus cortas vidas tronchadas tan injustamente, quienes conmueven nuestros corazones, hoy tanto como ayer.
El excoronel Pérez Casillas ha dicho que no aceptará el reconocimiento anunciado. Es lo menos que podía hacer. La protesta y la indignación creciente lo han forzado a tomar esa decisión.
Pérez Casillas le debe todavía muchas explicaciones al pueblo puertorriqueño. Si algún día confesara la verdad sobre las implicaciones del asesinato en el Cerro Maravilla, quizá tendría la oportunidad de reivindicarse ante nosotros y nosotras. Mientras tanto, no podrá haber ni perdón ni olvido para los terroristas de Estado, algunos de los cuales aún están por ahí, tan campantes. Maravilla es una herida profunda que no ha cicatrizado.
Ni Lornna Soto, ni Chemo Soto, ni nadie, va a borrar ni a adulterar nuestra memoria histórica, ni nuestros sentimientos. Para que nunca más ocurran hechos desgarradores como aquellos del 25 de julio de 1978.
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