Mas, cuando vieron su modo de comportarse, su codicia y su furia, forzados por la realidad, hubieron de cambiar su manera de pensar: los extranjeros no eran dioses, sino popolocas o bárbaros que habían venido a destruir su ciudad y la antigua forma de vida.
Miguel León Portilla, El reverso de la conquista
El trece de agosto se cumplen quinientos años de la conquista de México-Tenochtitlan. De esa forma los conquistadores españoles, encabezados por Hernán Cortés, dieron fin al imperio Mexica-Azteca sobre sus restos erigieron a lo que se conoció como la Nueva España.
Así lo precisa José Luis Martínez en su abarcadora biografía de Cortés (Hernán Cortes, México, Fondo de Cultura Económica):
El prendimiento de Cuauhtémoc, último señor de México-Tenochtitlan, y el fin del imperio de los culúas o tenochcas o mexicas o aztecas ocurrió la tarde del martes 13 de agosto de 1521, día de San Hipólito; para los mexicanos era el día ce coatl; segundo de la veintena xocolhuetzi, del año yei calli.
La toma de México-Tenochtitlan ocurrió casi veintiún años después de iniciada la conquista de lo que los europeos denominaron América, el 12 de octubre de 1492.
La expedición comandada por Hernán Cortés partió de Santiago de Cuba --ciudad fundada en 1515— el 10 de febrero de 1519.
El primer encuentro de Cristóbal Colón y su gente con la isla de Cuba se había dado el 27 de octubre de 1492, quince días después de toparse con la isla de Guanahani, primera tierra americana a la que llegaron y que bautizaron San Salvador.
En la conquista de México-Tenochtitlan se reprodujo el comportamiento que había caracterizado a los españoles desde su llegada a este continente: ejercicio brutal y despiadado de la violencia contra la población originaria, codicia desenfrenada por el oro y otras riquezas, esclavitud y vasallaje, intolerancia religiosa y un absoluto sentido de impunidad y predestinación imperial, que los hacia sentirse dueños y señores de cada territorio y cada pueblo a donde llegaban.
Hay otro elemento distintivo de la conquista de México-Tenochtitlan, cuya importancia algunos historiadores catalogan de decisiva y que ha sido una táctica utilizada por los conquistadores en diversos momentos de la historia, hasta nuestros días: divide y vencerás.
Desde que tocó tierra firme, Cortés se dio cuenta de las contradicciones existentes entre los diversos pueblos de aquella inmensa región y sobre todo del resentimiento que había hacia el imperio Mexica-Azteca. El conquistador español se dedicó entonces a producir alianzas con los pueblos originarios sometidos o adversarios de México-Tenochtitlan, prometiéndoles su liberación. Muchos de esos pueblos confiaron en Cortés y combatieron de su lado, sólo para ser igualmente sometidos tras producirse la victoria militar del 13 de agosto de 1521 contra Cuauhtémoc y los Mexicas.
Miles fueron asesinados por los conquistadores españoles en esos años, en nombre de su dios y de su rey. La conquista de México-Tenochtitlan fue un espantoso acto de genocidio. Conforme avanzaban, los conquistadores asesinaban; se apoderaban del oro, la plata y las piedras preciosas que encontraban; destruían templos y símbolos religiosos e imponían la cruz; arrasaban con todo lo que encontraban a su paso. Prevalecía el pretendido derecho a la conquista.
Pocos años después el imperio Inca enfrentaría una experiencia similar, con consecuencias parecidas. Progresivamente, la corona española se adueñaría, además de las islas más extensas del Caribe, de casi todo el sur y centro de América. Otros imperios europeos se repartirían el botín continental.
Quinientos años después de la conquista de México-Tenochtitlan por Hernán Cortés y la corona española, para los pueblos resultantes de varios siglos de colonialismo y las poblaciones originarias que han prevalecido contra viento y marea en Nuestra América, persisten muchos de los problemas y conflictos iniciados entonces. La dependencia política y la explotación, el empobrecimiento y la injusticia social, el saqueo de los recursos naturales, la desigualdad y la intervención extranjera siguen presentes, cinco siglos después.
También la disposición a luchar con tenacidad y valentía, como lo hicieron nuestros ancestros originarios.
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