Viernes, Noviembre 22, 2024

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Ucrania, luces y sombras

 

En más de un sentido Ucrania es circunstancia. Le ha tocado estar –hablando en sentido geográfico—en medio del enfrentamiento de enormes intereses políticos, militares y económicos. Pudo haber sido Lituania, Georgia o Bielorrusia.

De entre los múltiples documentos y declaraciones que nos han llegado, una de las expresiones más ecuánimes y equilibradas sobre esta grave situación la ha ofrecido el gobierno de Cuba, en su Declaración de este 26 de febrero:

El empeño estadounidense en continuar la progresiva expansión de la OTAN hacia las fronteras de la Federación de Rusia, ha conducido a un escenario, con implicaciones de alcance impredecible, que se pudo evitar.


Son conocidos los movimientos militares realizados por Estados Unidos y la OTAN en meses recientes hacia regiones adyacentes a la Federación de Rusia, precedidos de la entrega de armas modernas a Ucrania, lo que de conjunto equivale a un cerco militar progresivo.

No resulta posible examinar con rigor y honestidad la situación actual de Ucrania, sin valorar detenidamente los justos reclamos de la Federación de Rusia a los Estados Unidos y la OTAN y los factores  que han conducido al uso de la fuerza y la no observancia de principios legales y normas internacionales que Cuba suscribe y respalda con todo  vigor y son referencia imprescindible, particularmente para los países pequeños, contra el hegemonismo, los abusos de poder y las injusticias.

Fue un error ignorar durante décadas los fundados reclamos de garantías de seguridad por parte de la Federación de Rusia y suponer que ese país permanecería inerme ante una amenaza directa a su seguridad nacional. Rusia tiene derecho a defenderse. No es posible conseguir la paz cercando ni acorralando a los Estados.

Cuba 1962,  Ucrania 2022

Rusia asume hoy frente a la amenaza de que Ucrania ingrese a la OTAN, una posición parecida a la que Estados Unidos asumió en 1962 –hace casi sesenta años-- cuando se enteró que la Unión Soviética estaba instalando cohetes de largo alcance en suelo cubano, luego de que la Antilla mayor fuera objeto de una frustrada invasión militar un año antes y de que posteriormente fuera expulsada de la OEA. Aquel delicado episodio, conocido como la Crisis de Octubre, se resolvió con la decisión soviética de desmantelar y retirar los cohetes, a cambio de medidas similares tomadas por Estados Unidos en Turquía e Irán, y de la promesa de no invadir  a Cuba.

Para el gobierno de Estados Unidos era inadmisible que la URSS situara sus cohetes a noventa millas de la Florida, en lo que Washington consideraba—y sigue considerando—su área de influencia y control geoestratégico y hegemónico. Poco le importaba que Cuba tuviera el derecho soberano a armarse como considerara necesario, ante las agresiones y amenazas de las que era objeto.

¿Qué hubiera sucedido si Cuba y la Unión Soviética se hubieran negado a desmantelar y retirar aquel armamento en octubre de 1962? ¿Qué hubiera hecho el gobierno de John F. Kennedy? ¿Cómo hubieran reaccionado Moscú y La Habana?

Derecha y derecha

Este no es un conflicto entre izquierda y derecha, sino entre derecha y derecha. Son contradicciones interburguesas o intercapitalistas. Es secuela de los tiempos de la Guerra fría y del acomodo inacabado de las fuerzas que desde siempre se han creído con el derecho supremo a repartirse el planeta.

Tiene que ver con la incapacidad que tuvieron Estados Unidos y sus aliados europeos de hacer leña del árbol caído que era la Unión Soviética hace poco más de tres décadas, y de cómo entre las ruinas de aquel inmenso Estado multinacional surgió esta Rusia que ahora reclama un espacio preferencial en la mesa exclusiva de los grandes y poderosos. Haciendo uso, por cierto, de formas  parecidas a las utilizadas en otras latitudes y hasta el presente, por sus socios capitalistas devenidos en enemigos y que ahora se presentan como mansas ovejas, reclamando justicia, respeto y derechos que ellos violan desenfadadamente.

Está relacionado directamente con gas y petróleo, con las relaciones comerciales entre Rusia y Europa y el afán de Estados Unidos de imponerse como socio energético y de recuperar su maltrecha imagen internacional.

No tiene nada que ver con el derecho internacional, los derechos humanos o el respeto a la soberanía. Las grandes potencias manejan sus propios códigos, con gran impunidad y sin importarle otras consecuencias que su propio beneficio. Recurren al Consejo de Seguridad o a la Asamblea General de la ONU sólo cuando les conviene.

Antes de que se diera esta seria y lamentable situación en Ucrania, nos topamos con una larguísima lista de atropellos cometidos por las grandes potencias capitalistas que hoy enfrentan a Rusia: lo mismo la invasión por Guánica en 1898 en nombre de la libertad, que el desgajamiento de Panamá en 1903 para construir el canal, la matanza multimillonaria de africanos ordenada por el rey Leopoldo II de Bélgica para satisfacer sus caprichos coloniales en el Congo, la invasión mercenaria por Playa Girón en 1961, la invasión militar contra Republica Dominicana en 1965, los magnicidios de Saddam Hussein y Muamar el Gadafi por Estados Unidos y la OTAN, el criminal bloqueo económico contra Cuba desde hace sesenta años, el genocidio y desmembramiento calculado de Yugoslavia, la ocupación a sangre y fuego de la isla de Granada en 1983, las barbaridades de la Contra en Nicaragua financiada por Estados Unidos, la brutal ostentación de fuerzas británicas en Malvinas, las matanzas realizadas por Francia en la Argelia colonial y en Indochina…

Tanto Putin como el presidente de Ucrania son conservadores de derecha, son anticomunistas y contrarrevolucionarios; al igual que el presidente de Francia, Macron, el de Estados Unidos, Biden,  y el primer ministro del Reino Unido, Johnson, entre otros.

Con matices, de acuerdo, pero hasta ahí.

Se trata, entonces, de un pulseo dirigido a hegemonizar regiones desde una perspectiva capitalista, en este mundo unipolar capitalista en que vivimos; cada cual queriendo influenciar sobre el pedazo más grande posible de planeta.

Eso incluye a Rusia, por supuesto. Y a China y Japón, también, además de a Estados Unidos y Europa.

Es Rusia, no la URSS

Precisamente, en lo que respecta a Rusia,  no debemos olvidar que esa potencia capitalista surgió nada menos que de la destrucción de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y el campo socialista del este de Europa.

Ni Putin es compañero de las fuerzas progresistas y revolucionarias, ni Rusia en aliada de la lucha de los pueblos por su autodeterminación e independencia. Por eso, no debemos cometer el gran error –en el afán de denunciar merecidamente a Estados Unidos y la OTAN—de asumir la posición de abogados defensores de Rusia y Putin.

Una cosa es que adjudiquemos responsabilidades por los comportamientos de cada cual sin perder de vista cual es nuestro enemigo principal –el imperialismo estadounidense que nos mantiene sometidos al colonialismo desde hace más  de un siglo— y otra cosa es que pensemos que  el enemigo de mi enemigo es mi amigo. De ninguna manera.

No a la guerra

Nos oponemos a que se amenacen la integridad y la seguridad de Rusia imponiendo los armamentos y las bases militares de Estados Unidos y la OTAN a cinco minutos de Moscú, en territorio ucraniano.

Nos oponemos a la guerra y a violación de la soberanía y la independencia nacional, trátese de quien se trate.

Alertamos sobre el resugir de tenebrosas fuerzas fascistas en numerosos países de Europa, e incluso en este continente, que amenazan la vida y propagan la intolerancia y el discrimen.

Afirmamos la vigencia y pertinencia del derecho internacional vigente, al que recurre continuamente el movimiento independentista puertorriqueño, para reclamar nuestro derecho inalienable a la autodeterminación e independencia.

Rechazamos firmemente la política hegemónica de quien sea, donde sea. Durante los pasados 124 años, nuestra Patria ha estado sometida al hegemonismo imperial de Estados Unidos, de manera que sabemos a qué nos referimos.

Seríamos ingenuos si pensáramos que basta con recurrir a la mesa de negociaciones para aplacar la guerra y la violencia generalizadas en Ucrania, no desde ahora, sino desde hace años. Pero es un paso obligado, si se quiere comenzar a salir de esta indeseable situación.

Fundación Juan Mari Brás

 

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