¡Alerta, alerta
que camina,
la espada de Bolívar
por América Latina!
Consigna popular
“Bolivar no ha muerto. Su espada rompe las telarañas del museo y se lanza a los combates del presente. Pasa a nuestras manos y apunta ahora contra los explotadores del pueblo.”
Texto dejado por el comando del M-19 que sustrajo la espada de Bolívar de la Quinta de Bolívar, actual museo ubicado en Bogotá.
Puede parecer una perogrullada, pero algunas cosas que suceden, por más desagradables, censurables o indeseables que sean, es bueno y conveniente que sucedan. Para que no quede duda; para que se sepa. Para que no nos llamemos a engaños. Para que los mentirosos y pusilánimes se desmientan a sí mismos con sus actos, que les delatan.
Por ejemplo, que su majestad Felipe VI, titulado rey de España, permaneciera sentado y tieso como una momia ante el paso triunfal de la espada de El Libertador Simón Bolívar, en la toma de posesión del presidente de Colombia, Gustavo Petro, efectuada el pasado domingo 7 de agosto en Bogotá; mientras el resto de los dignatarios presentes se levantaba de sus sillas y aplaudía, con solemnidad y alegría.
No se trató meramente de un acto de descortesía del rey. No fue simplemente un desplante, una falta de elegancia o de respeto y consideración. No fue un desacierto circunstancial, involuntario, pasajero. En el fondo, y no tan en el fondo, el comportamiento de su alteza tiene un sentido mayor, trascendental, no incidental, realizado con plena conciencia.
Qué bueno que se dio como se dio, para que no olvidemos ni nos confundamos.
Felipe VI fue invitado a esos actos por el presidente saliente, el derechista pupilo de Álvaro Uribe, Iván Duque. Como lo fueron los demás dignatarios; y como no lo fueron otros tantos, por ejemplo el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro.
La gran ceremonia presidencial, que contó con la presencia entusiasta de decenas de miles de personas, se efectuó en la inmensa plaza ubicada en el centro de la ciudad capital, que lleva por nombre precisamente Plaza Bolívar. Justo en el centro de aquel lugar ubica una estatua del Libertador, espada en mano, como si ésta fuera una continuación de su cuerpo.
Ha de haberse sentido abrumado el rey. Demasiado Bolívar para sus gustos. Sin duda afloró incómodamente en su cultivada memoria histórica su condición de derrotado, aplastantemente derrotado. Llegar al corazón de América del Sur, como invitado de honor de un pichón de fascista, y que para colmo le restrieguen en la cara la espada con la que fueron expulsados sus antecesores de esas tierras a sangre y fuego, era demasiado para el monarca, acostumbrado a los placeres y los recuerdos nostálgicos de la grandeza de antaño.
Entonces, inevitablemente, en su impotencia se apoderó del rey la soberbia. En un instante certero pudieron más la arrogancia de un imperio venido muy a menos que él representaba allí esa soleada tarde bogotana, que los buenos modales.
Gracias por su insolencia, diríamos nosotros. Sí, porque no faltan por ahí quienes insisten en que los atropellos de siglos de conquista, esclavitud, explotación y muerte son una interpretación exagerada del pasado. En su supremo sentido de negación nos llaman malagradecidos y reclaman que en todo caso debemos dar gracias a la corona española y a las demás coronas europeas que se repartieron este continente y se llevaron “hasta los clavos de la cruz”, porque a cambio nos civilizaron, nos cristianizaron y nos enseñaron a hablar sus idiomas.
El mutis escandaloso de Felipe VI ante la espada acusatoria, ha traído una vez más el pasado al presente; porque, después de todo, aquel pasado y este presente son, en muchos sentidos, el uno continuidad del otro. Porque desde 1492 a muchos pueblos de América les ha tocado vivir un presente continuo de marginalidad, pobreza e injusticia.
Que no por casualidad anduvo por tierra americana hace apenas unos días otro jerarca, el Papa Francisco, pidiendo perdón hoy por las barbaridades cometidas ayer por la iglesia que dirige, que tanto tiempo después no cicatrizan.
¿Cuántos perdones serían necesarios, si fueran honestos, si fueran del corazón, luego de tanta barbarie cometida en éste y otros continentes por los civilizados y cultos que tan fielmente representa el monarca español?
Pero ahí no queda la cosa. Resulta que el presidente saliente quiso impedir que la espada de Bolívar desfilara victoriosa ante el pueblo allí reunido; esgrimiendo excusas baladíes. Duque tenía presente que esa espada había sido rescatada el 17 de enero de 1974 por la guerrilla del Movimiento 19 de abril (M-19) —al que había pertenecido el presidente Petro-- y que fue devuelta en 1991, tras la firma de un acuerdo de paz con el gobierno del entonces presidente César Gaviria.
Además, y por si fuera poco, justo este 7 de agosto se conmemoraba el aniversario 203 de la Batalla de Boyacá, dirigida ejemplarmente por Bolívar, que constituyó una humillante derrota para las fuerzas realistas y aseguró la independencia de la actual Colombia.
La primera orden de Gustavo Petro en su condición de presidente de Colombia fue precisamente que se sacara del confinamiento oficial la espada de Bolívar, que desfilara victoriosa y libre entre el pueblo jubiloso, que acompañara soberana aquel acto presidencial concebido como punto de partida de esperanzadoras transformaciones para el pueblo colombiano.
Pocas veces ha estado tan presente para nuestros pueblos el Libertador Simón Bolívar, como este 7 de agosto en la Plaza bogotana que lleva su nombre; allí su espada señalando implacable a los culpables de ayer y de hoy. Pocas veces ha quedado demostrado que Bolívar, su vida, su ejemplo y sus aspiraciones, adquieren extraordinaria vigencia en el siglo veintiuno.
Ya lo ha dicho otro Grande en su día –el apóstol cubano José Martí-- al homenajear al Libertador como lo hacemos hoy:
“!Pero así está Bolívar en el cielo de América, vigilante y ceñudo, sentado aún en la roca de crear, con el inca al lado y el haz de banderas a los pies; así esta él, calzadas aún las botas de campaña, porque lo que él no dejó hecho, sin hacer está hasta hoy: porque Bolívar tiene que hacer en América todavía!”.
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