Escrito por Julio A. Muriente Pérez / Copresidente del MINH
Luego de asistir a la graduación del Recinto de Río Piedras de la UPR el pasado miércoles, había decidido dedicar estas líneas a nuestros muchachos y muchachas que una vez más dieron cara por el País. La anunciada “renuncia forzada” de José Figueroa Sancha como Superintendente de la Policía, le ofrece una razón adicional a mi intención inicial.
José Figueroa Sancha es, con toda justificación, uno de los seres más despreciados por la juventud universitaria. Es sinónimo de abuso, de violencia desenfrenada, de guapetonería, de insensibilidad y arrogancia. Su expediente está cargado de eventos desgraciados en los que se pretendió doblegar a los universitarios y las universitarias a macanazo limpio. Fueron tantos los abusos y tan burda la pretensión de impunidad de ese señor y de sus subordinados igualmente salvajes, que se ganaron unos y otros el rechazo del Pueblo cada vez que cometían algún atropello.
Tras la fachada de las macanas, los “tasers”, el gas pimienta y los gases lacrimógenos de los brutotes de la Fuerza de Choque y la Policía montada, se ha encubierto durante todo este tiempo la mediocridad más escandalosa, la incompetencia más bochornosa, a la hora de atender los asuntos de seguridad para los cuales se supone que existe la Policía y para lo cual la ciudadanía invierte una millonada.
Lo único que se mantiene en la memoria colectiva sobre este sujeto indeseable es su complicidad en el asesinato del patriota Filiberto Ojeda Ríos, sus ejecutorias contra periodistas y ciudadanos en De Diego 444 y los abusos y agresiones contra el estudiantado y la comunidad universitaria. Y los cientos de asesinatos habidos en estos pasados años mientras él, junto a Fortuño, fanfarroneaba sobre sus planes junto a los federales y las medidas que nunca llegaron, que nunca se implementaron o que simplemente fracasaron. Casi nada.
Su “renuncia obligada” no es necesariamente un anuncio de nada bueno. Si al exdirector del FBI lo sustituye otro guardia designado por los federales para seguir aplicando la muy desacreditada política de mano dura, la situación seguirá de mal en peor. Estos señores no acaban de reconocer que el deterioro indetenible de la calidad de vida en Puerto Rico no se resuelve meramente con medidas policíacas. Se resisten a admitir que la violencia y la intolerancia de las cuales ellos son promotores activos y entusiastas se han ido convirtiendo en forma cotidiana de comportamiento de toda nuestra sociedad; que nos hemos ido enfermando todos, contaminando todos. Y que eso no se resuelve con un guardia más o un guardia menos.
Pero no todo es pesadumbre. Florecen silvestres la alegría, la esperanza, la disposición a labrar un futuro mejor. Los buenos sentimientos se multiplican, acompañados de sonrisas y de sueños, y de deseos de vivir y servir.
Eso fue lo que sentí y disfruté el pasado miércoles, en la graduación de la UPR, a la que asistí en mi doble condición de padre de graduando y de profesor universitario. Padre orgulloso de un graduando que en su día fue objeto, junto a otros estudiantes, de la fabricación de un caso por parte del facineroso Figueroa Sancha, tras los sucesos del hotel Sheraton y que ahora, como muchos alumnos más, completa su Bachillerato con altos honores. Profesor de muchos de aquellos muchachos y muchachas que tuvieron la dignidad de dar la espalda a los discursos de la indignidad y de abuchear desde lo más profundo de sus corazones a los abanderados del cinismo y la cobardía.
Pocas veces he presenciado una censura tan contundente y unánime como la que expresaron los graduandos y graduandas de la UPR, junto a muchos padres, madres y familiares, a unas autoridades universitarias tan despreciadas que lo menos que debían hacer, si tuvieran una poca de vergüenza y de rubor, es seguir la ruta de Figueroa Sancha. Son, después de todo, ramas de un mismo árbol.
Esos muchachos y muchachas, tan maduros, tan sensibles, tan conscientes de la sociedad en que les ha tocado vivir, son esperanza de futuro. Son garantía de que la semilla regada cada día aquí y allá, no ha caído en terreno estéril. Son la seguridad de que, en efecto, un Puerto Rico mejor es posible, del que se erradiquen la violencia y el abuso, la inseguridad social, la mediocridad e incompetencia y los seres humanos e instituciones que tanto daño le han hecho a nuestro Pueblo.
*El autor es profesor universitario y Co-presidente del Movimiento Independentista Nacional Hostosiano.
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