Escrito por Noel Colón Martínez / Dirección Nacional MINH
El mundo sigue consternado ante la muerte que, aunque por razones naturales no fuera inesperada, no resulta menos dolorosa. Otros fallecimientos de seres humanos absolutamente comprometidos con el mejor desarrollo de la especie humana han impactado por lo inesperado de su ocurrencia. Pienso en Martin Luther King y en Mohandas K. Gandhi.
Tal vez si la injusticia no tuviera una presencia tan persistente y generalizada, si la desigualdad hubiera sufrido alguna remisión, si la esperanza llenara los corazones y el cerebro de la más amplia conciencia de los hombres y mujeres de esta época, si pudiéramos contar con escenarios menos corruptos, más compasivos, más solidarios, la muerte de aquéllos que han dedicado su vida al bien común nos sacudiría menos.
Ocurre que en la insolidaridad y la desesperanza muchos llegan a pensar que nuestra especie produce cada vez menos dirigentes de altísima valía y compromisos fundamentales. Eso nos ocurre con la muerte de Nelson Mandela y su gigantísima tarea de lograr la democratización de una sociedad en la que 20% de su población blanca le impuso un régimen de exclusión, segregación y de opresión a una mayoría del 80% de población negra. Mandela lo logró convirtiendo unas estrategias de confrontación armada a una firme estrategia de no violencia que convirtió un país dirigido a su propia destrucción en una comunidad democrática en la que el 80% tomó por primera vez las riendas de su inexorable destino. Y hoy el país es conducido por aquellos que por constituir la vasta mayoría deben conducirlo, sin omitir la realidad de que allí conviven con un 20% que merecen disfrutar de todos los derechos, prerrogativas y protecciones que permitan la consolidación de una nacionalidad compartida. Esa mayoría negra le ha dado a esa minoría blanca el ejemplo de cómo construir un país sin murallas raciales, sin venganzas y en libertad.
La semilla de la discordia, que se remite siempre a la injusticia, logró en Mandela el dirigente humano, sensible, talentoso, valiente, que permitió que todos aceptaran que Sur África les pertenecía a todos. El enorme sacrificio de su vida en prisión le añadió a Mandela una dimensión internacional gracias a la exitosa campaña desarrollada para lograr su excarcelación y la enorme pérdida de prestigio y de poder que fuera sufriendo el gobierno de esa minoría que usurpó el poder. Dom Helder Cámara, el Arzobispo de Recife, nos decía que “La no violencia es creer más en la fuerza de la verdad, de la justicia y del amor, que en la fuerza de la mentira, de la injusticia y del odio”.
No es posible ignorar la participación de la Cuba Revolucionaria en los cambios profundos que se desataron luego de que las tropas cubanas detuvieran el proyecto regional de Sur África en el cono sur. El gobierno de Sur África aspiraba a retener a perpetuidad a Namibia, que la aceptó como un fideicomiso de Naciones Unidas y desde allí atacar para detener la independencia de Angola. Todo ello actuando como peones del imperialismo norteamericano y europeo.
Tuve el enorme privilegio de ser miembro de una comisión internacional contra el mercenarismo que se constituyó en Luanda en 1976. El apoyo internacional a esa Comisión así como la constitución de un Tribunal para juzgar a asesinos a sueldo que penetraban a Angola desde Zaire, junto a la decidida solidaridad de las fuerzas armadas de la Cuba Revolucionaria y la derrota definitiva de las fuerzas surafricanas en Cuito Canavale, le dieron un nuevo giro a la arrogancia de los peones del imperialismo que intentaban detener el ciclo histórico contra el colonialismo. Esas victorias, esas estrategias, permitieron la independencia de Namibia y la consolidación de la independencia de Angola. Claramente, el régimen surafricano tomó debida nota de que las naciones africanas en lucha por su independencia no estaban solas: había un país caribeño con fuerzas militares y armamentos listos para llevar la solidaridad internacional a sus más anchos límites. Por eso la Revolución Cubana tiene en África el reconocimiento que ningún otro país puede lograr. En los años difíciles estuvo ahí sin pretensiones hegemónicas. Como fueron regresaron, excepto regresar con un gran premio de gratitud y con la dignidad que siempre le han añadido tanta fuerza a esa Revolución.
Quisiéramos pensar que el gobierno de Estados Unidos revisará su política exterior para adecuarla al reclamo universal por un mayor respeto a los derechos humanos. Obama estuvo en la celda en la cual Mandela padeció una sentencia de 27 años con trabajos forzados. ¡Qué bueno que no fue posible conversar con Mandela entonces! Pero qué malo que sea incapaz de internalizar que comete una grave injusticia contra nuestro Oscar López Rivera manteniéndolo en prisión por un período ya camino a 33 años. ¿Qué sensibilidad y sentido de justicia tiene este dirigente cuando no se mueve a liberar a un preso político que habiendo cumplido más de 32 años sigue encarcelado por esa cosa que se llama conspiración sediciosa? ¿Qué piensa este dirigente cuando envía esos artefactos no tripulados, conocidos como drones, contra grupos de personas de las cuales se sospecha que pueden ser terroristas aunque se trate de niños? ¿Qué sentido de justicia tiene este dirigente que expulsa del país un millón de indocumentados, principalmente latinoamericanos, sin haberse movido para cumplir su promesa de lograr una ley de inmigración justa? ¿Qué sentido de justicia tiene este dirigente que no se mueve a reconocer el derecho de los puertorriqueños a su libre determinación e independencia como lo mandatan las resoluciones de la Organización de Naciones Unidas a pesar de haberse comprometido antes de su primera elección?
Puerto Rico no puede y no debe dejar en manos de Obama o del Congreso de Estados Unidos la iniciativa para enfrentar de manera final y definitiva su proceso de descolonización. Aunque algún adelanto se manifiesta con la legislación pendiente sobre el mecanismo de Asamblea Constitucional de Estatus, será necesario recordarle de diversas maneras al Gobernador su obligación de acompañar o iniciar por sí mismo aquel proyecto que él estime conveniente y necesario. Tenemos que recordárselo todos los días. En África del Sur una minoría impuso por muchos años un régimen de opresión a una mayoría. Helder Cámara le llamaba colonialismo interno a la explotación de los ricos contra los pobres en las sociedades latinoamericanas y la nueva revolución democrática ha asumido la responsabilidad de acercarse a un socialismo del siglo 21 que se enfrente a esa realidad que señalara el Arzobispo de Recife.
Puerto Rico padece el colonialismo clásico, interventor, controlador, antidemocrático, explotador, contrario a la normativa internacional sobre descolonización. Ni las llamadas estadidad y libre asociación parecen ser fórmulas aceptables para Estados Unidos. Hay que arreciar el discurso de la independencia y la justicia social como objetivos y la Asamblea como el mecanismo que permita los consensos democráticos para acercarnos al logro de la plena y permanente soberanía política. El discurso anquilosante que postula enfrentar primero la situación económica o la situación fiscal es el viejo ardid de los que prefieren mantener el statu quo. Hay que promover los consensos antes, en y después de una convocatoria a una Asamblea Constitucional de Estatus. Nada impide continuar fortaleciendo consensos para adelantar la descolonización. Mandela triunfó sobre el colonialismo interno que mantenía una minoría blanca sobre una mayoría negra; nosotros habremos de triunfar sobre el colonialismo externo de un imperio decadente. Puerto Rico da todos los días muestras de su capacidad para dar un salto cualitativo de envergadura en la administración de sus asuntos.
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