Viernes, Noviembre 22, 2024

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La crisis es un problema de poderes soberanos

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El doloroso debate sobre la necesidad de legislar una nueva estructura contributiva en Puerto Rico ha destapado la enorme crisis fiscal y administrativa que le ha correspondido enfrentar a esta administración que se estrenó en enero de 2013 bajo la dirección de Alejandro García Padilla.



Si me preguntaran cuándo se inició lo que es ahora una debacle total, sin pensarlo señalaría a la administración dirigida por Pedro Rosselló en 1993, no solamente por la amplia y profunda corrupción pública sino por la abusiva utilización de los recursos públicos de modo partidista e inconstitucional. Nadie abusó como él de la llamada deuda extraconstitucional para alimentar caprichos sin visión de futuro. Le prometió una tarjeta de salud a cada puertorriqueño y para ello dispuso irresponsablemente de una valiosa infraestructura de salud pública construida durante varias décadas.

Rosselló prometió acabar con el narcotráfico y sembró el terror entre nuestra población con las continuas intervenciones policíacas en áreas de pobreza. Intentó llegar tan lejos como negar la existencia de la nacionalidad puertorriqueña y el País le dio la respuesta en 1996 con una Nación en Marcha en la que más de 80,000 personas caminaron para repudiar a su gobernador en Fajardo mientras se desarrollaba una reunión de gobernadores estatales de Estados Unidos. Rosselló nos atacó por todos los flancos promoviendo que el pueblo despertara y se repitiera pocos años más tarde el reclamo colectivo más grandioso que haya ejemplificado este pueblo: la salida forzosa de la Marina de guerra de Estados Unidos de la isla de Vieques y la base naval de Roosevelt Roads.

Don Roberto Sánchez Vilella, Eliezer Curet Cuevas y Juan Agosto Alicea han sido, entre otros, importantes portadores del mensaje de denuncia sobre los excesos cometidos por la clase política contra el futuro de nuestra nación.

De concretarse los pronósticos más realistas, Puerto Rico está al borde de un retroceso significativo en su desarrollo económico y social sin que se avizore ningún cambio en el régimen colonial que los norteamericanos mantienen sobre nosotros. Al lado nuestro, República Dominicana, continúa un desarrollo ascendente y el Banco Mundial lo atribuye a que el crecimiento de las últimas tres décadas se ha caracterizado por la creciente integración a la economía mundial y a cambios significativos en la oferta exportadora.

Antes se le prohibía al puertorriqueño mirar el país hermano por la prolongada permanencia del sanguinario dictador Rafael Leonidas Trujillo, colocado en el poder por los norteamericanos. Hoy, los desarrollos se dan en un clima de democracia y alternancia pacífica mediante elecciones libres. Ya los Trujillo desaparecieron del escenario político latinoamericano. Ya los Duvalier no controlan la vida de los haitianos. Haití, que sin duda sigue siendo el país más pobre del hemisferio, se ha encaminado a un cambio de orientación general de las políticas económicas de las últimas dos décadas y se ha incorporado como miembro permanente de la Alternativa Bolivariana Para América Latina y el Caribe (ALBA). El futuro inmediato de Haití será en adelante uno de apoyo y solidaridad para afianzar su desarrollo político, económico y social.

Lo que vengo relatando nos lleva por necesidad al antihistórico retraso de Puerto Rico, que todavía sigue chapoteando en el fangal colonial con una parte del pueblo esperando que Estados Unidos le abra las puertas como otro estado de la federación. No logran entender que cada día ese acceso parece cruzar aguas más embravecidas. Están, ilusos, esperando que si no los admiten les digan que no los admitirán, pero esa negativa jamás se producirá pues ésa es la llave para mantener ideológicamente dividido a nuestro país.

En ningún momento anterior fue tan evidente que el único camino es el de sacudirnos del poder extranjero para hacer modestamente lo que el futuro les depara generosamente a República Dominicana y a Haití, a los que tomo de ejemplo por la proximidad y la solidaridad caribeña.

Si nuestro país, en este momento de grave crisis, tuviera los recursos que la soberanía puede ofrecerle para integrarse a la economía mundial sin las trabas que le pone continuamente en el camino la nación que nos invadió, la discusión sobre los problemas fiscales y de administración pública podrían examinarse desde una perspectiva que ahora, en nuestro aislamiento e invisibilidad, no podemos ni siquiera considerarlos.

Este país no se merece un clima de tanto desasosiego, creado tanto por la irresponsabilidad de nuestra clase política como por la avaricia del imperio que nos explota e interviene nuestra vida colectiva.


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