Escrito por Noel Colón Martínez / MINH
Estamos en los días en que aún algunos ilusos conmemoran la creación de esa enorme, incomparable mentira que constituye en nuestra vida pública el llamado Estado Libre Asociado.
“Los pueblos dormidos,
invitan a sentarse sobre su lomo,
y a probar el látigo y la espuela en sus ijares”
José Martí (1883)
Estamos en los días en que aún algunos ilusos conmemoran la creación de esa enorme, incomparable mentira que constituye en nuestra vida pública el llamado Estado Libre Asociado. Cuesta aplicarle las reglas de la letra mayúscula. Santos Negrón Díaz, uno de nuestros más reconocidos economistas, en un reciente escrito para la edición 3243 de CLARIDAD (Al Borde del Abismo, 9 al 15 de julio del 2015), concluyó su excelente reflexión señalando lo siguiente: “La crisis económica ha puesto al descubierto la crisis política y nos obliga a pensar que sin una transformación efectiva, que nos provea mejores y más amplios instrumentos de política económica y poder político, todo esfuerzo de recuperación económica está condenado al fracaso. No podemos seguir echando vino nuevo en odres viejos. (Marcos 2:22)”.
No sé para otros, pero para mí el escrito de Negrón Díaz es significativo pues alguien puede pensar que los odres viejos existían cuando el respetado economista era Director de la Oficina de Análisis y Estudios Económicos del Banco Gubernamental de Fomento, y del Área de Planificación Económica y Social de la Junta de Planificación de Puerto Rico y Presidente de la Asociación de Economistas de Puerto Rico. Él explica de manera convincente porque sus conclusiones se justifican plenamente ahora y no antes.
Tengo para mí que los sonsonetes del Estado Libre Asociado adormecieron a este pueblo por demasiado tiempo. Se le dijo y repitió hasta la náusea al País que en 1952 se creó una nueva relación política entre Estados Unidos y Puerto Rico; que nos convertimos en socios mediante la creación de un pacto que era más valedero que un tratado; que habían cesado los poderes plenarios del Congreso de Estados Unidos sobre nuestro País, que éramos autónomos porque (mediante treta y engaño) se había logrado que la Asamblea General de Naciones Unidas nos removiera de la lista de territorios no autónomos.
Se nos hablaba de que nuestra situación constituía lo mejor de dos mundos; que nos sostenían cuatro pilares, algo parecido a Constantinopla: mercado común, ciudadanía común, defensa común y moneda común y Luis Muñoz Marín solía añadirle una quinta: común devoción a los valores de la democracia. Muñoz no veía contradicción entre democracia y colonialismo. En fin, Muñoz le aseguró a este País que habíamos puesto punto final al colonialismo. Todas esas exageraciones y mentiras se le decían al pueblo mientras se sacaban enormes contingentes de emigrantes, se atentaba contra la natalidad mediante programas de carácter genocida y se le iba entregando la actividad económica al gran capital norteamericano al que graciosamente se le ofrecían condiciones de excepción para que se instalaran aquí sin que se produjera a la vez una contribución real que produjera un desarrollo económico sustentable.
Estamos hablando sencilla y llanamente de unas estrategias suicidas en términos colectivos. Cuando se intentaba señalar el tratamiento tan favorable a las empresas en detrimento de las condiciones de vida de los trabajadores, se nos vendía la receta de que es mejor cualquier salario a ningún salario. Imponer ese criterio a todo un pueblo es renunciar a una proclamada justicia social, que fue lo que realmente se produjo en amplios sectores de nuestra población. Es lo que finalmente nos condujo al 47% de pobreza y más de 25% de pobreza extrema. Es lo que nos convirtió en una comunidad empobrecida, dependiente, oscilante siempre entre las promesas de un partido azul que sale y un partido rojo que entra, o a la inversa.
Cuando se les pregunta a los azules sobre su proyecto nos hablan de la estadidad, como si tal solución pudiera razonablemente deducirse de alguna estrategia del gobierno de Estados Unidos o si estuviera en manos puertorriqueñas lograrlo. Si la misma pregunta se le hace al liderato de los rojos nos hablan de transformaciones: de la economía, del Departamento de Hacienda, del sistema electoral, pero nunca de la adquisición de poderes para atender con profundidad la desigualdad en las relaciones políticas. Los rojos se niegan de manera contumaz a reconocer que la profunda crisis económica por la que atravesamos desde hace una década es la quiebra del Estado Libre Asociado como proyecto político y económico.
La carencia de actividad a nivel de los partidos tradicionales obliga, como reacción natural, a que el pueblo intente, desde sus bases, crear nuevos mecanismos de acción política que obliguen al reconocimiento de realidades ya imposibles de ignorar. La defensa de la Asamblea Constitucional de Estatus (ACE) cobra, en medio de esta esterilidad política, una importancia significativa. Si Puerto Rico necesita poderes políticos para enfrentar problemas económicos, el País, en el ejercicio de sus derechos naturales, reconocidos nacional e internacionalmente, tendrán, por necesidad que crear nuevos escenarios. Derivado de lo anterior es igualmente natural que aquellos puertorriqueños que no se resignen a la inutilidad e incapacidad de los partidos para crear mecanismos de acción política se dispongan a crearlos.
Esa importantísima deliberación la hemos estado sosteniendo un conjunto de personas y organizaciones que entendemos que la ACE es el mecanismo adecuado y perentorio. El Partido Popular le dijo al País que creía en ese mecanismo y lo incorporó a su programa político. Enfrentado a problemas como el de los reclamos de soberanía sus entusiasmos desaparecieron. Un sector conservador de ese partido rehúsa reconocer soluciones no territoriales y no coloniales aunque su electorado rechazó mayoritariamente el esquema actual de relaciones coloniales en noviembre de 2012.
El planteamiento está frente al País. Un impresionante conjunto de organizaciones y ciudadanos se ha constituido en un Frente Amplio para impulsar la ACE. La crisis económica ha puesto al descubierto la crisis política. La transformación sólo es posible en estos momentos por la vía de una convocatoria inicial para que el País sea consultado sobre si debemos echar a caminar ese mecanismo o si continuamos empantanados en las viejas controversias tribales que nunca han tenido el efecto de revisar a fondo las actuales relaciones políticas y económicas entre Puerto Rico y Estados Unidos.
El Presidente de Estados Unidos, el Congreso, así como la Rama Judicial de esa nación, nos han obsequiado toda la indiferencia y menosprecio de que son capaces a la hora de nuestras más serias dificultades. Es hora de recordarles que Puerto Rico es una nación latinoamericana y caribeña que enfrentada a la injusticia, de manera pacífica, expulsó a la Marina de Guerra norteamericana de nuestro territorio. Ahora se trata, de manera concertada, de liberarnos de todas las demás injusticias y asegurarnos que en el futuro sean respetuosas y dignas las relaciones.
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