Cualquier examen que hagamos sobre las posibilidades, probabilidades o necesidad de un reagrupamiento electoral dirigido a desestabilizar este sistema de dos partidos que en la práctica resultan ser uno solo y que entre los dos han construido esta catástrofe en la que ha desembocado la vida de nuestro pueblo, tiene, por necesidad, que continuar haciéndose un análisis muy objetivo de nuestras tendencias sociales en este momento. Es vital examinar, naturalmente y primordialmente, las tendencias electorales que se han estado manifestando en el país durante los últimos cuatrienios.
Para cualquier persona interesada en nuestros procesos electorales tiene que ser de enorme interés la regresión continua que se manifiesta en la participación electoral en Puerto Rico acompañada de una conclusión que parece inescapable: la indiferencia no tiene que ser necesariamente desinterés o indiferencia ante los graves problemas que sacuden diariamente al elector sino a un convencimiento muy profundo de que los instrumentos a la mano el día de las elecciones no habrán de estar al servicio del elector sino al servicio de los intereses que, en esta sociedad salvajemente consumista y capitalista, sólo accionan en detrimento de los intereses de las clases más desventajadas.
Desde mi perspectiva independentista la acción política de un futuro reagrupamiento electoral se tendrá que nutrir necesariamente de aquellos puertorriqueños que aman profundamente a Puerto Rico; que rechazan la anexión a Estados Unidos o cualquier otro país, que ven en la dependencia psicológica y material un impedimento para el fortalecimiento de la conciencia nacional; que se sienten avasallados por la interferencia económica desmedida de los grandes intereses económicos; que desean tener recursos eficientes para atacar los vicios, la delincuencia y la corrupción de la vida pública; que quieren tener un mejor sistema económico, electoral, legislativo, judicial, contributivo; que desean procurarse libertades de las cuales el colonialismo nos ha privado; que demandan vivir la soberanía política que casi todos los territorios del mundo han ido ganando, y conducir procesos autónomos de descolonización. Son los puertorriqueños que conocen el mundo actual y sus movimientos sociales y económicos más importantes y están preparados para entrar a contratar con el mundo entero lo que sea beneficioso para nosotros en primerísimo lugar, sin que fuerzas extrañas reclamen también el derecho a decidir por nosotros. Creo que para un proyecto con demandas de esa naturaleza tenemos en este momento un sector importante de nuestro pueblo, receptivo y solidario.
Creo, además, que la conducta electoral de los puertorriqueños durante los últimos cuatrienios nos indica que algo muy evidente está ocurriendo con nuestro sistema político. Desde las elecciones de 1992 la tasa de participación de nuestros votantes inscritos ha ido descendiendo: en 1992 votó el 85.5 de los inscritos; en 1996 votó el 83.2; en el 2000 votó el 82.6; en el 2004 votó el 81.7 y en el 2008 votó el 77.75. Van cinco cuatrienios en los cuales se manifiesta un descenso del voto de los inscritos.
Los inscritos, sin embargo, constituyen una fracción de los mayores de 18 años autorizados a votar. En Puerto Rico se nos ha acostumbrado a ofrecer solamente la estadística de los votantes inscritos; en otros países se ofrece la estadística utilizando como punto de partida los legalmente cualificados. Si así fuera en Puerto Rico, observaríamos que la tasa de abstención electoral sube proporcionalmente. La tasa de participación electoral de los votantes de 18 años o más en 2008 fue de 65.4 de un universo de 2,971,764 personas. En las pasadas elecciones el voto acumulado por los dos candidatos que mayor número de votos obtuvieron, Luis Fortuño y Aníbal Acevedo Vilá, se elevó a 1,808,605 lo que nos permite afirmar que en ausencia de otros factores, cerca de un millón de votantes cualificados legalmente no han votado en las últimas elecciones.
¿Por qué se ausenta de las urnas una proporción tan grande luego de una experiencia de participación tan alta como la que se ha registrado en Puerto Rico tradicionalmente? Esos factores son los que será necesario precisar para acometer cualquier intento de reagrupar las fuerzas de la puertorriqueñidad que parecen ser las que se han estado absteniendo.
A mi juicio, la causa principal de la dispersión electoral reside en el fracaso del proyecto político y económico llamado Partido Popular Democrático y su Estado Libre Asociado. Decir eso no debe significar sacarlos a la calle y pegarles fuego. Los instrumentos creados para dirigir la vida política y económica bajo las consignas y proyectos del PPD han sufrido un lento y estrepitoso fracaso. El discurso engañoso sobre temas fundamentales repetidos en aras de una futura victoria electoral ha desviado a muchos electores del PPD hacia el PNP y hacia la abstención electoral. En este momento gran parte del nuevo liderato de ese partido no acierta a ubicarse en la nueva realidad política que demanda definiciones puertorriqueñas. Ahora quieren restaurar el viejo discurso de unión permanente que cegó y obsesionó a Luis Muñoz Marín y lo condujo finalmente a una vejez de arrepentimientos, solitaria, trágica y melancólica.
En ese Partido Popular agotado e inerme permanecen aún las fuerzas que creen en la sustancia de lo que se les dijo engañosamente. Están ahí y están fuera de ahí en espera de que un proyecto nuevo restaure a la política sus mejores capacidades. Muchos abdicaron su compromiso con Puerto Rico en vista de las repetidas traiciones del liderato Popular. Cualquier esfuerzo para reagruparnos contra esta miseria en la que se ha convertido la vida colectiva deberá contar con ellos para reorientar su vocación patriótica y reintegrarlos a la participación política.
Muchos de ellos son auténticos autonomistas con los que el independentismo históricamente ha podido realizar alianzas de gran beneficio para el país. Soy de los que creo que los casi 800,000 votos que favorecieron a Aníbal Acevedo Vilá en las últimas elecciones fueron electores que entendieron bien y no mal el mensaje de soberanía política que tan predominantemente matizó la campaña y que ahora se desvirtúa en las explicaciones que se ofrecen. Creo firmemente que esos cientos de miles de puertorriqueños no son pregoneros de unión permanente ni de voto presidencial. Son puertorriqueños que aspiran a una mayor dignidad política y por tanto ese reducto resulta muy importante en una nueva y posible reorganización o reagrupamiento político.
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